domingo, 2 de diciembre de 2007

Infidelidad


¿Han visto Unfaithful, con Richard Gere, Diane Lane y Olivier Martinez? ¿Han visto cómo y sin razón aparente una mujer puede llegar a ser infiel? ¿Han visto cómo puede llegar a disfrutarlo y cómo puede llegar a olvidar lo verdaderamente importante? ¿Han visto cómo puede llegar a arrepentirse después?

He sido infiel varias veces en mi vida. Hasta antes de conocer a Adam, atribuía mis infidelidades a mi falta de madurez, o a la ausencia del verdadero amor. Y, lamentablemente, la trascendentalidad de Adam en mi vida llegó al punto de también romper con aquellos supuestos y descubrir mi propia verdad: cualquiera puede ser infiel, desde el más maduro hasta el más enamorado, desde Adam, hasta YO.

No fui exactamente infiel a Adam, fui infiel a su memoria, a su recuerdo, al tiempo de gracia que uno supuestamente debe esperar tras una ruptura de una relación tan larga. En mi defensa debo agregar que mi infidelidad no vino de la nada, hubieron razones para que se diera, y cuando las razones se cruzan con las ocasiones, la perdición les sigue el paso.

Ese año Adam estrenaba nueva chamba. Le gustaba, le encantaba, lo absorvía, le robaba todo su tiempo. Al principio me sentía orgullosa de mí misma al ver lo comprensiva que era ante la ausencia de Adam debido a su trabajo, de pronto pasaban cosas como que no me llamaba, no me venía a ver, si venía estaba cansado, siempre andaba apurado, a veces pasaban días y lo único que recibía de él era un mensaje de texto, y si yo lo llamaba no me contestaba el teléfono porque estaba en reunión o estaba muy atareado... en fin, pasaba todo eso y no me molestaba.

Mi comprensión, como todas las cosas terrenas, tuvo un límite. De pronto aparecieron las fricciones, las peleas, los días y hasta semanas enteras sin hablarnos, o molestos el uno con el otro. Yo me sentía ignorada, Adam me consolaba comprándome algo. Me tomaba de las manos, me abrazaba, me besaba a la fuerza y me juraba que iba a prestarme más atención (después de horas insistiendo en que para nada me había dejado de lado), pasaban dos o tres días y todo era lo mismo. Un día salimos con otra pareja de amigos, enamorados también. Adam se pasó toda la noche dando vueltas por la disco, saludando y tomándose copas con gente que había conocido en el trabajo, todos desconocidos para mí y yo desconocida para todos, porque en ningún momento Adam me presentó, mucho menos como su enamorada. Ese día fue lo último, y decidí terminar la relación con Adam. Dolida regresé a casa y lloré toda la noche, recordando el pasado y observando los pedacitos de futuro que se habían esparcido tras la inevitable separación. A la mañana siguiente recibí un mensaje de texto de Slim.

Slim era un chico que había conocido años atrás de manera efímera, nunca fuimos grandes amigos, nunca mantuvimos contacto, nunca nos sentimos atraídos el uno por el otro (al menos eso pensaba yo), sólo nos conocimos y nada más. Esa noche, Slim había estado en la disco, me había visto sola en la mesa y se había acercado a preguntarme si me sentía bien. Me pidió mi número y por alguna razón se lo di, sin saber lo que vendría después.

El mensaje de texto era para saludarme. Por alguna razón me subió la moral. Me sentía pésima ese día que cargaba con la resaca emocional de la noche anterior. Pero el mensaje de Slim lo había borrado todo, y yo aún no sabía por qué. Pasó toda una semana de mensajes de texto, simples, insulsos, casuales y espontáneos. De Adam sólo recibí uno cuatro días después de nuestra ruptura, en el que decía que esperaba que en este tiempo hubiera pensado mejor lo que le había dicho ese día. Plop!

Adam fue a mi casa un viernes. No hablamos mucho, no sé si por Slim o porque realmente ya no quería nada, no acepté volver con él. Al día siguiente salí con Slim. En mi cabeza todo era legal, ya no estaba con Adam, por lo tanto podía salir con quien quisiera. Cuando Adam se enteró, toda legalidad se fue al piso. Me reclamó por salir con Slim, por no habernos dado una oportunidad para arreglar las cosas (en mi opinión, ya habíamos tenido demasiadas), me reclamó por no esperar: no tenemos ni una semana separados y ya estás saliendo con otro tipo, recuerdo que dijo. Pero para ese entonces no me importaba nada. Estaba ciegamente ilusionada con Slim.

Slim se había pintado ante mis ojos como lo opuesto que Adam representaba en esos momentos. Era atento y cariñoso, se preocupaba por mí, estaba siempre pendiente de lo que hiciera, le gustaba estar conmigo y no le importaba sacrificar su tiempo con otras personas para verme. Yo vivía en la luna, y aunque recordaba a Adam, el dolor de dicha memoria me hacía siempre volver la mirada hacia Slim.

Pero todo cambió el día que Slim me besó por primera vez. Ya llevábamos buen tiempo saliendo, y nunca nada había ido más allá de un infantil coqueteo. El día que me besó cerré lo ojos y lo primero que pasó por mi mente fue: no es lo mismo. Se me humedecen los ojos de tan sólo recordar esa sensación. No era la boca de Adam. En ese instante lo extrañé con locura y no pude hacer más que llorar. Me había dado cuenta de mi error, y sentía que era demasiado tarde para echarse atrás. Slim me miraba con desconcierto sin entender nada al principio, o tal vez entendió todo desde un comienzo pero prefirió no volverlo realidad al decirlo. Yo lloraba y trataba torpemente de disculparme con él.

Al día siguiente le conté todo a Adam. No sé por qué, tenía que contárselo. Se fue de mi casa enojado, pasé el resto de la semana huyendo de Slim y tratando de contactar a Adam, quien sólo rechazaba mis llamadas y me respondía con mensajes de texto que decían: estoy muerto.

Un día Slim me esperó a la salida del trabajo. Quería hablar conmigo y saber qué pasaba. Decidí ser sincera y comunicarle mis intenciones de regresar con Adam. Me disculpé a más no poder, pero nada sirvió, Slim permanecería desde ese entonces eternamente enojado conmigo.

Pasé un mes tratando de recuperar a Adam, quien había optado por vivir la vida de soltero de la misma manera que yo. Durante ese mes, aprendí que toda acción tiene una consecuencia, que los sentimientos pueden llegar a ser pasajeros, y que lo esencial es invisible a los ojos. Aprendí que no soy infiel, pero soy humana, puedo serlo si tengo la excusa apropiada y la oportunidad conveniente. Y que así como soy humana, Adam también lo es. Aprendí que nada es seguro, ni el amor, y que nada es eterno. Aprendí que una persona puede ser perfecta y quererte mucho, pero de nada vale si tú no lo quieres también. Aprendí que una persona puede estar llena de defectos, pero el amor es ciego y no ve nada.

Adam y yo volvimos a estar juntos una tarde de noviembre. Cerramos ese capítulo y decidimos no volver a hablar de ello. Como Mary Jane le dijo a Peter Parker: We've done terrible things to each other, but we have to forgive each other, or everything we ever were will mean nothing.

2 muestras de empatía:

webero dijo...

Recuerdo esa peli, el esposo era un buen tipo y los celos le hicieron cometer el crimen, al final creo no se descubre el crimen creo,

Memorable la escena dond la proteagonista recuerda al amante y se ve como se siente, Espectacular actuacion. saludos

Anónimo dijo...

Que pasaria si ese beso todavia no ha sucedido pero lo deseas.. pero te niegas a creerlo pero te persigue la sensacion de hacerlo cada vez que te quedas a solas con el'?.. q pasaria si ellos fueran amigos y el te mirara como sabes k no deberia...q pasa cuando amas lo q tienes..pero algo te dice k te lanzes?