sábado, 29 de diciembre de 2007

Querido ex

Los ex novios siempre salen sobrando. Siempre. Sobre todo en Nochebuena o en cualquier festividad parecida. Piensan que te han hecho el gran favor de llamarte y acordarse de ti. Pues no. Como dije, salen sobrando. Mucho más aún si la relación ya había terminado hace casi 10 años!! Recibí una llamada de un ex novio. Pues como no soy rencorosa, hablé con él y recibí su Feliz Navidad y sus buenos deseos para el 2008 como lo haría con cualquier otro de mis amigos. Él confundió mi actitud "comolashuevista" con indiferencia y en parte con algo de rechazo. Esa misma noche me mandó un e-mail (sí, también había conseguido mi e-mail) donde me escribía: Seguro que me odias y me deseas lo peor por todo lo que te hice. Querido... no te deseo lo peor. Por el contrario, ¡te deseo lo mejor del mundo!

Deseo que consigas la chamba que buscabas, que te haga ganar el reconocimiento de todos, que te sientas en la cima del mundo, que progreses, que crezcas laboralmente, que escales posiciones, que tus jefes te adoren, que tus compañeros te admiren, que te vuelvas en alguien indispensable en donde trabajas. Deseo que ganes dinero, sí, mucho dinero, que te compres todo lo que te gusta, que tengas una cuenta de ahorros inmensa, que manejes un carro de la puta madre, que vistas la mejor ropa, que tonees en los lugares más fichos, que conozcas el mundo entero, que te roces con la mejor gente. Deseo que encuentres al amor de tu vida, alguien capaz de quitarte el sueño, con un cuerpo infartante, con una personalidad arrolladora, que tenga tanto éxito como tú pero que aún así te admire, con más carisma que un presidente aprista, con un sentido del humor hilarante y contagioso, que se muera por ti, que viva besando tus pasos, inteligente o hueca, como tú la prefieras, fiel, lo más cercana posible a la mujer ideal de cualquiera. Deseo que gozes de la mejor salud, que jamás te enfermes, que tengas la energía típica de los superhéroes, el cuerpo que siempre quisiste, que jamás envejezcas o que al menos los años no pasen por ti, que seas la vitalidad andante, que nunca, nunca, necesites viagra. Deseo que vivas la vida, que te diviertas, que todo sea satisfacción, que tu mundo sea envidiable, que alcances todas tus metas y vivas en una constante e interminable dicha, que te pases los días sonriendo y duermas las noches con complacencia. Deseo que seas tan pero tan feliz en ese mundo perfecto, que seas incapaz de acordarte de mí.

Y no, no te odio. Odio a quien inventó los zapatos de taco. Odio no poder estudiar con música como mi hermano. Odio el ser adicta a la tv. Odio que el cine ya no quede a una cuadra de mi casa. Odio tener que depilarme, pero también odio a las mujeres que no se depilan y a los hombres que sí. Odio a los homofóbicos y a los closet-homos. Odio los chain mails. Odio que me pidan un toque cuando estoy fumando. Odio que en mi casa me roben los cigarros. Odio las menestras. Odio cuando alguien se para detrás de mí mientras estoy en la pc. Odio las rayas en la playa. Odio la comida demasiado caliente. Odio las gaseosas. Odio que los amigos de mi hermano me vean en bata de dormir. Odio los pop-ups. Odio acostarme tarde y levantarme temprano. Odio ver las noticias. Odio la televisión peruana. Odio los billetes de 200 soles que luego nadie quiere cambiar. Odio que Rambo siempre encuentre un martillo a la mano con el cual romper una puerta, y que yo haya tenido que clavar una pata de mi silla con un alicate y una piedra. Odio cuando la gente bosteza sin taparse la boca, pero también odio a quienes reprimen el bostezo con una mueca horrible. Odio a quienes escupen y se suenan los mocos en la calle. Odio a quienes se rascan la oreja y luego miran su dedo para comprobar su habilidad escarbadora. Odio las películas de Chuck Norris. Odio a los mañosos. Odio el pan con testa. Odio que las amigas de mi hermano llamen y cuelguen. Odio tener que ceder el asiento a alguien habiendo bacanazos sentados cerca. Odio a los que aplauden en el cine. Odio cuando pierde Perú. Odio los zumbidos del msn. Odio a los que van a Asia y dicen Eisha. Odio tener mala memoria con los nombres y caras de la gente, y terminar saludando a completos desconocidos para mi cerebro. Odio que me toquen pocas arverjitas en el arroz con pollo. Odio cuando el cebiche no pica. Odio que se me riegue el café sobre el teclado. Odio que se me rompa la punta del lapiz. Odio las faltas de ortografía. Odio a quienes dicen "ni mucho menos" para terminar una frase, y desconocen que se trata de una locución conjuntiva copulativa que, por lo tanto, requiere de elementos posteriores a ella para cumplir dicha función. Odio a los hijos de mamá, pero también a quienes se llevan mal con su madrecita. Odio lavarme el pelo. Odio los domingos por la noche. Odio no poder dejar el cigarrillo. Odio el exagerado olor a Glade en los baños. Odio los jaboncitos de hotel. Odio que digan que Isabel Allende "se ha vendido" con El Zorro. Odio los toma corrientes que botan chispitas. Odio el olor a naftalina. Odio que me silben. Odio las alarmas de los carros a mitad de la noche. Eso es todo lo que odio, ves? no estás incluido. Feliz 2008.

sábado, 22 de diciembre de 2007

Ladies night

Seguro la voy a pegar de injusta y feminista con este post, y me encantará saber si me equivoco o si hay alguien por ahí que me dé la razón: las noches de mujeres son (o al menos pueden ser) totalmente inocentes, en comparación a las noches de hombres, donde la inocencia no viene al caso. Les explico mi percepción:

Antes de salir, las mujeres nos arreglamos, nos ponemos bellas, nos esforzamos por la simple y llana razón de que somos mujeres, somos vanidosas, nos gusta que nos miren y vernos bien. Pero los hombres se arreglan porque ese día esperan llamar la atención de alguna víctima en particular que caiga ante sus irresistibles encantos, su camisa arregladita y el perfume de Antonio Banderas que estrenan esa noche especial.

La consigna para la noche de mujeres es divertirse a expensas de los hombres, es más, los hombres entrarían a tallar como un molesto estorbo, en esa noche queremos probar ante nosotras mismas que no los necesitamos para pasarla bien. La consigna para la noche de hombres es buscar mujeres.

En una mesa de mujeres, las conversaciones son variadas: desde lo que llevan puesto las de la otra mesa, hasta la pequeña conversación que tuvimos con alguna de las ausentes sobre otra de las ausentes. Rajamos, hacemos bromas, chismeamos, nos contamos cosas... los temas no se agotan. Y si se acercara un hombre a invitar a bailar a alguna de nosotras... pobre de él, se llevará un rotundo NO pegado en la cara, a menos que la que invitó sea la soltera desesperada del grupo, que suele ser también la más fea, por lo cual la posibilidad de conseguir pareja de baile es aún menor. En una mesa de hombres, las conversaciones son limitadas: fútbol y el trabajo, luego no hay nada más de que hablar. Entonces entra a tallar la cerveza, que les hará más fácil agarrar el valor de apretarse las pelotas en el pantalón bien ceñido que se pusieron ese día y "scanear el panorama": ver qué chicas están buenas para invitarlas a bailar. O para hablar sobre sus tetas. O trasero, dependiendo de gustos.

El baile... claro, el baile! En una noche de mujeres, bailamos entre mujeres. Como mencioné antes, la idea es demostrar que no necesitamos a los hombres para armar un buen ambiente. Los hombres no bailan entre hombres, eso iría totalmente en contra del famoso "macho que se respeta" (gracias Sony, me has dado un motivo de burla interminable). Los hombres, para bailar, necesitan mujeres.

Cuando el alcohol empieza a hacer sus efectos, las mujeres nos volvemos querendonas, y si es noche de mujeres somos las mejores amigas de todas, nos amamos, nos queremos, nos adoramos, apreciamos nuestra amistad a muerte, y cualquier canción que suene nos encanta porque OH MY GOD, ESA ES MI CANCION FAVORITA!!!!!! Cuando a los hombres les afecta el alcohol, son los machos conquistadores que no fueron toda la noche, los bravos, los lanzas, y si están en manada es peor aún, atacan con todo, con la seguridad de que ninguna gacelita se les va a escapar ante el etílico ridículo que hacen.

Terminada la noche, las mujeres nos vamos a nuestras casas felices porque la hemos pasado bien y la consigna ha sido cumplida: no necesitamos a los hombres y hemos fortalecido los lazos femeninos que nos unen a nuestras amigas. Sin embargo ellos sólo se sentirán satisfechos si esa noche lograron "anotar".

¿A qué viene todo esto? A un mensaje de texto que recibí de Adam anoche mientras tenía mi esperado ladies night... no se explica por qué yo sí me tomo la libertad de salir con mis amigas, pero me enojo tanto cuando él sale con sus amigos. Querido Adam: noche de mujeres y noche de hombres... no es igual!

jueves, 13 de diciembre de 2007

Paternidad responsable

Llegó el momento de ponerse seria. Llegó el momento de tocar un tema personal. Mucho más personal que los temas anteriores. Basta de babosadas como la suegra, los celos y los pedos de Adam. Ahora toca hablar de algo que aqueja a muchas mujeres (y a muchos hombres), y digo aqueja porque, si bien no se trata de un mal propiamente dicho, es algo que nos rompe la cabeza mes a mes y nos hace explotar las neuronas de nervios... ¿me vendrá o no me vendrá?

Detesto la marea roja. Detesto haber sido criada bajo tal régimen puritano que a mis casi 26 años de edad aún no soy capaz de llamarla por su nombre: menstruación, sino que en lugar de eso, digo babosadas del tipo "tengo mi período", "me vino", "me bajó", "me llegó la visita", "estoy indispuesta", etc, etc, etc, BUAAAAAAJJJ! Qué monse. Sin embargo y debido a variados hechos que mencionaré más adelante, las últimas veces que "me ha venido" mi expresión más común ha sido YEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEE!!!!!!!!!! acompañado de múltiples saltos de alegría y alivio comprensibles.

En ya tres ocasiones a lo largo del año, me he visto en los apretujos mensuales de ver con horror cómo pasaban los días sin que "me llegara la visita", y en el último mes ya no se trataron de días, sino de tres semanas completas. Tres semanas de mirar el calendario con angustia. Tres semanas de sentarme con Adam en el mueble a contar las fechas en que lo hicimos. Tres semanas de no querer orinar en el palito por temor a que se ponga azul. Tres semanas de deprimirme horrores al pasar por una tienda de ropa para bebés. Terminadas esas tres semanas de torturarme con cómo cambiaría mi vida si nos llegara un bebé, me bajó. Fue entonces cuando decidí tomar cartas en el asunto y dejar de confiar en la buena voluntad de Adam para detener el show y ponerse el molestoso condón. Dije BASTA, y como toda mujer independiente del siglo XXI, tomé mi bolso, fui al centro de la ciudad, me escondí tras un arbusto de un parque y mandé a mi amiga a comprarme un paquete de pastillas anticonceptivas en la farmacia.

Aquí viene el cherry: escogí las Yasmin. Dicen ser las más suaves, causan mínimos efectos secundarios o ninguno, no engordan, no dan mareos ni náuseas, te ayudan a mejorar la piel, a retener menos líquidos, a mejorar el cabello, a regularizar tu período, a disolver quistes ováricos en caso los tuvieras, a tener menos dolores menstruales y menos molestias relacionadas al síndrome pre-menstrual. Al parecer, era la píldora perfecta, esa pastillita mágica que esperábamos todas las mujeres para vivir menos neuróticas, regias, infértiles y sin las molestias comunes de la regla. Pero NO! El primer mes fue un desastre. Les detallo mi tragedia:

Empecé a tomarlas como se me indicó: el primer día de la menstruación. Usualmente menstrúo 5 días; tres abundantes, y dos ligeros. Esta vez menstrué 8 días, todos abundantes! Mis senos se hincharon, mis piernas también. Sin embargo debo reconocer la ausencia del típico dolor menstrual en la espalda, caderas y bajo vientre. Pasada la hemorragia vino algo peor: un bajón total de la libido. Se supone que una toma estas pastillas para sentirse más confiada, más relajada, más disponible, más permisiva. Pues nada, durante los días que vinieron, yo no quería que Adam se me acerque, es más, no quería ni que me tome de las manos. Las frases "no me toques", "¿qué quieres?", "no te acerques", "ponte más allá" se volvieron frecuentes, ante los ojos atónitos de Adam, quien en algún momento sugirió que dejara de tomar las pastillas. La tercera semana fue peor: el cambio o reajuste hormonal me volvió literalmente loca. Desde ponerme a llorar en el carro de la nada, hasta reirme a carcajadas porque alguien se cayó, desde ataques de ansiedad a las 2 de la mañana, hasta repentinos bajones emocionales porque un desconocido no me devolvió el hola... un desastre! La mirada agotada de Adam me rogaba que dejara de tomar las pastillas. Pero ya había avanzado una buena parte del camino como para echarme atrás.

En estos momentos me quedan 4 píldoras. Mi cerebro está más calmado, mi cuerpo al parecer también. Adam también. Se supone que cuando se me acaben deberé esperar una semana, en la que vendrá la marea roja, y luego empezaré a tomarlas de nuevo. La verdad tengo un poco de miedo, dicen que el primer mes es el peor, porque es el de "ajuste", pero que pasada la tormenta llega la calma. He decidido seguir con la píldora un mes más, a ver que tal me va, sino aún hay más opciones para cuidarse. Todo lo que sea por evitar los horribles sustos mensuales.

Pros: poder hacerlo sin detener el show para nada, menos dolores menstruales, la piel sí se pone más tersa, y el cabello al parecer se vuelve menos rebelde y con mejor caída (o será simple sugestión publicitaria, no lo sé), no más granitos, los senos se ven más firmes, hasta bajas un poco de peso y te sientes más ligera. Contras: las locuras al inicio del mes antes detalladas, el temor a morir desangrada, si tu pareja no te aguanta el desbarajuste, ya fuiste con píldoras y todo, la constancia de tomar la píldora siempre a la misma hora (más de una vez la olvidé y tuve que tomarlas una hora tarde), el precio.

sábado, 8 de diciembre de 2007

Dentro de 40 años


Adam: Tengo una idea.

Lo: ¿Cuál?

Adam: Voy a poner una fábrica...

Lo: ¿De qué?

Adam: ¡Una fábrica de pelotas de plástico!

Lo: ¿No hay acaso ya muchas de esas?

Adam: ¿Pelotas de plástico?

Lo: No, fábricas de pelotas de plástico...

Adam: ¿Y cómo lo sabes?

Lo: Hay muchas pelotas de plástico...

Adam: Siempre hacen falta más.

Lo: ¿A quiénes?

Adam: A los niños que quieran jugar fulbito con sus amigos una tarde de vacaciones...

Lo: ¿No crees que esos niños preferirían jugar con pelotas de fútbol de verdad?

Adam: Sí, pero los niños pobres no pueden tener pelotas de verdad.

Lo: Los padres de esos niños no se las pueden comprar...

Adam: Así es. Entonces, si lo ves desde ese punto, estaré haciendo una obra de caridad.

Lo: ¿Y eso por qué?

Adam: Porque estaré fabricando un producto para niños pobres.

Lo: Niños pobres...

Adam: Sí.

Lo: Niños pobres cuyos padres no pueden comprarles pelotas de verdad.

Adam: Así es.

Lo: Niños pobres cuyos padres preferirán gastar el dinero que tengan en comida, en vez de una pelota de plástico.

Adam: ...

Lo: ...

Adam: ...

Lo: ...

Adam: ¿Qué...?

Lo: Es estúpido.

Adam: ¿Qué es estúpido?

Lo: Invertir en un negocio para producir algo que nadie comprará.

Adam: Sí lo comprarán, la gente que quiera ser caritativa con los niños pobres...

Lo: Aún así es estúpido.

Adam: ¡Qué poco me apoyas! No sé ni por qué me casé contigo...

Lo: Te casaste conmigo porque tenía un cuerpazo.

Adam: Sí, y ya no lo tienes, así que no sé por qué SIGO casado contigo...

Lo: Sigues casado conmigo porque soy la única que se acostaría contigo.

Adam: Eso no es cierto, todos saben que soy el más bonito de los dos.

Lo: Claro...

Adam: Y soy un inteligente visionario...

Lo: Un visionario...

Adam: Así es.

Lo: ¿Te refieres a tu visión de poner una fábrica de pelotas de plástico?

Adam: ...

Lo: Y tan inteligente como para casarte conmigo.

Adam: ...

Lo: ...

Adam: Amor, acabas de insultarte a ti misma.

jueves, 6 de diciembre de 2007

¡Eso que detesto!


No soy perfecta, soy humana, tengo defectos; algunos adorables, otros insoportables, otros sobrellevables... comerme las uñas, gritar demasiado, ser floja, siempre desordenar todo son algunos de ellos. Adam tampoco es perfecto. También es humano. Y si los humanos tienen defectos, Adam es un superhumano. He aquí una pequeña muestra:

- Es tardón, se puede demorar horas enteras en llegar a algún lado sin el más mínimo remordimiento y con la excusa mejor elaborada que le permitirá poner cara de ofendido si no se comprende su tardanza.
- Es veleto, veletísimo, se mira al espejo más que yo, se demora horas en bañarse, peinarse, escoger qué ropa se va a poner, peinarse, echarse colonia, peinarse, mirarse en el espejo otra vez para verificar si se ve bien todo lo que combinó... ¿ya mencioné peinarse...?
- Tiene una amante: su carro... no hay juguetito más bello para este el amor mío que su carro. Es un Nissan Sunny del 98, lo compró de segunda, está prácticamente nuevo, y le ha comprado todas las chucherías habidas y por haber que su bolsillo le permita pagar... Jamás se lo presta a nadie, JAMÁS, ni a su propio hermano, hasta hizo suyo un popular dicho: hay dos cosas que un hombre nunca debe prestar, su mujer y su carro. Auch.
- No sabe mentir. Este es un defecto que se mueve a mi favor, porque siempre sé cuando está mintiendo. Y cuando lo hace me resulta tan gracioso que la mentira termina siendo motivo de carcajadas. Esta es su actuación: pone cara seria y empieza a hablar, no me mira a los ojos en ningún momento, cuando termina voltea a verme y se le escapa una sonrisa como quien se acaba de tirar un pedo y espera que nadie se dé cuenta, y al percibir mi silencio me pregunta dizque desconcertadamente: Qué...?
- Es mirón. Aunque lo niegue mil veces. Es mironazo. Y sobre todo con las gringas y las culonas. He tratado de interpretar su mirada cuando está observando a una gringa. Al final, a cualquiera le llama la atención ver a alguien de otro país, incluso a la gente nice que jura estar acostumbrada a ellos, es alguien de otra cultura, con aspecto distinto, es la encarnación de lo grande que es el mundo; y hasta ahora no sé si Adam mira a las gringas porque le gustan o porque en el fondo es un tercermundista curioso. Y en cuanto a las culonas... bueno, eso ya lo sabía, por algo se metió con una. No hay roche.
- Es un... no sé como explicarlo... PROCRASTINATOR. Es alguien que pospone todo, especialmente como una práctica regular. Siempre deja todo para más tarde, y luego se queja de no tener tiempo para nada.
- No le gusta bailar... y cuando baila provoca mandarlo a sentarse, jajaja.
- Es un (acá va otro anglicismo) WORKAHOLIC. Por un lado es bueno, porque es el mejor en su rubro, y no lo digo yo, sino todos los que lo conocen. Por otro lado, me llega. Tanto trabajo... ¿para qué?... la vida es una...
- Es un flojo, no hace una serie de abdominales ni así fuera a salvar al mundo con eso.
- Es adicto al playstation. Eso es algo que jamás entenderé en los hombres.

Lo curioso es que cuando decidí empezar a escribir este post estaba enojadísima con Adam. Por una tontería ahora que lo pienso. Tenía ganas de desfogar todo en estas breves líneas. Quise hacer una enorme y larga lista de defectos suyos, espectorar mi cólera, eyacular placenteramente mi enojo. Y los únicos defectos que encontré fueron estos. Y la ira pasó.

domingo, 2 de diciembre de 2007

Infidelidad


¿Han visto Unfaithful, con Richard Gere, Diane Lane y Olivier Martinez? ¿Han visto cómo y sin razón aparente una mujer puede llegar a ser infiel? ¿Han visto cómo puede llegar a disfrutarlo y cómo puede llegar a olvidar lo verdaderamente importante? ¿Han visto cómo puede llegar a arrepentirse después?

He sido infiel varias veces en mi vida. Hasta antes de conocer a Adam, atribuía mis infidelidades a mi falta de madurez, o a la ausencia del verdadero amor. Y, lamentablemente, la trascendentalidad de Adam en mi vida llegó al punto de también romper con aquellos supuestos y descubrir mi propia verdad: cualquiera puede ser infiel, desde el más maduro hasta el más enamorado, desde Adam, hasta YO.

No fui exactamente infiel a Adam, fui infiel a su memoria, a su recuerdo, al tiempo de gracia que uno supuestamente debe esperar tras una ruptura de una relación tan larga. En mi defensa debo agregar que mi infidelidad no vino de la nada, hubieron razones para que se diera, y cuando las razones se cruzan con las ocasiones, la perdición les sigue el paso.

Ese año Adam estrenaba nueva chamba. Le gustaba, le encantaba, lo absorvía, le robaba todo su tiempo. Al principio me sentía orgullosa de mí misma al ver lo comprensiva que era ante la ausencia de Adam debido a su trabajo, de pronto pasaban cosas como que no me llamaba, no me venía a ver, si venía estaba cansado, siempre andaba apurado, a veces pasaban días y lo único que recibía de él era un mensaje de texto, y si yo lo llamaba no me contestaba el teléfono porque estaba en reunión o estaba muy atareado... en fin, pasaba todo eso y no me molestaba.

Mi comprensión, como todas las cosas terrenas, tuvo un límite. De pronto aparecieron las fricciones, las peleas, los días y hasta semanas enteras sin hablarnos, o molestos el uno con el otro. Yo me sentía ignorada, Adam me consolaba comprándome algo. Me tomaba de las manos, me abrazaba, me besaba a la fuerza y me juraba que iba a prestarme más atención (después de horas insistiendo en que para nada me había dejado de lado), pasaban dos o tres días y todo era lo mismo. Un día salimos con otra pareja de amigos, enamorados también. Adam se pasó toda la noche dando vueltas por la disco, saludando y tomándose copas con gente que había conocido en el trabajo, todos desconocidos para mí y yo desconocida para todos, porque en ningún momento Adam me presentó, mucho menos como su enamorada. Ese día fue lo último, y decidí terminar la relación con Adam. Dolida regresé a casa y lloré toda la noche, recordando el pasado y observando los pedacitos de futuro que se habían esparcido tras la inevitable separación. A la mañana siguiente recibí un mensaje de texto de Slim.

Slim era un chico que había conocido años atrás de manera efímera, nunca fuimos grandes amigos, nunca mantuvimos contacto, nunca nos sentimos atraídos el uno por el otro (al menos eso pensaba yo), sólo nos conocimos y nada más. Esa noche, Slim había estado en la disco, me había visto sola en la mesa y se había acercado a preguntarme si me sentía bien. Me pidió mi número y por alguna razón se lo di, sin saber lo que vendría después.

El mensaje de texto era para saludarme. Por alguna razón me subió la moral. Me sentía pésima ese día que cargaba con la resaca emocional de la noche anterior. Pero el mensaje de Slim lo había borrado todo, y yo aún no sabía por qué. Pasó toda una semana de mensajes de texto, simples, insulsos, casuales y espontáneos. De Adam sólo recibí uno cuatro días después de nuestra ruptura, en el que decía que esperaba que en este tiempo hubiera pensado mejor lo que le había dicho ese día. Plop!

Adam fue a mi casa un viernes. No hablamos mucho, no sé si por Slim o porque realmente ya no quería nada, no acepté volver con él. Al día siguiente salí con Slim. En mi cabeza todo era legal, ya no estaba con Adam, por lo tanto podía salir con quien quisiera. Cuando Adam se enteró, toda legalidad se fue al piso. Me reclamó por salir con Slim, por no habernos dado una oportunidad para arreglar las cosas (en mi opinión, ya habíamos tenido demasiadas), me reclamó por no esperar: no tenemos ni una semana separados y ya estás saliendo con otro tipo, recuerdo que dijo. Pero para ese entonces no me importaba nada. Estaba ciegamente ilusionada con Slim.

Slim se había pintado ante mis ojos como lo opuesto que Adam representaba en esos momentos. Era atento y cariñoso, se preocupaba por mí, estaba siempre pendiente de lo que hiciera, le gustaba estar conmigo y no le importaba sacrificar su tiempo con otras personas para verme. Yo vivía en la luna, y aunque recordaba a Adam, el dolor de dicha memoria me hacía siempre volver la mirada hacia Slim.

Pero todo cambió el día que Slim me besó por primera vez. Ya llevábamos buen tiempo saliendo, y nunca nada había ido más allá de un infantil coqueteo. El día que me besó cerré lo ojos y lo primero que pasó por mi mente fue: no es lo mismo. Se me humedecen los ojos de tan sólo recordar esa sensación. No era la boca de Adam. En ese instante lo extrañé con locura y no pude hacer más que llorar. Me había dado cuenta de mi error, y sentía que era demasiado tarde para echarse atrás. Slim me miraba con desconcierto sin entender nada al principio, o tal vez entendió todo desde un comienzo pero prefirió no volverlo realidad al decirlo. Yo lloraba y trataba torpemente de disculparme con él.

Al día siguiente le conté todo a Adam. No sé por qué, tenía que contárselo. Se fue de mi casa enojado, pasé el resto de la semana huyendo de Slim y tratando de contactar a Adam, quien sólo rechazaba mis llamadas y me respondía con mensajes de texto que decían: estoy muerto.

Un día Slim me esperó a la salida del trabajo. Quería hablar conmigo y saber qué pasaba. Decidí ser sincera y comunicarle mis intenciones de regresar con Adam. Me disculpé a más no poder, pero nada sirvió, Slim permanecería desde ese entonces eternamente enojado conmigo.

Pasé un mes tratando de recuperar a Adam, quien había optado por vivir la vida de soltero de la misma manera que yo. Durante ese mes, aprendí que toda acción tiene una consecuencia, que los sentimientos pueden llegar a ser pasajeros, y que lo esencial es invisible a los ojos. Aprendí que no soy infiel, pero soy humana, puedo serlo si tengo la excusa apropiada y la oportunidad conveniente. Y que así como soy humana, Adam también lo es. Aprendí que nada es seguro, ni el amor, y que nada es eterno. Aprendí que una persona puede ser perfecta y quererte mucho, pero de nada vale si tú no lo quieres también. Aprendí que una persona puede estar llena de defectos, pero el amor es ciego y no ve nada.

Adam y yo volvimos a estar juntos una tarde de noviembre. Cerramos ese capítulo y decidimos no volver a hablar de ello. Como Mary Jane le dijo a Peter Parker: We've done terrible things to each other, but we have to forgive each other, or everything we ever were will mean nothing.