jueves, 30 de julio de 2009

Sobre las relaciones largas...


En el mundo hay más de 6,774 millones de personas. Estamos hablando de 6,774 millones de personalidades distintas, esencias únicas, individuos irrepetibles, características inigualables. Asumiendo el imposible de que esta población mundial esté repartida en 50% hombres y 50% mujeres, todos heterosexuales, estamos hablando de un aproximado de 3,387 millones de parejas con dinámicas propias y separadas del resto, puesto que cada una está conformada por un hombre y una mujer distintos a los demás. Por lo tanto, si cada pareja tiene su propia dinámica, entonces cada pareja tiene sus propias reglas. Lo que funciona para unos, puede no funcionar para otros. Para explicar mi punto, me voy a los polos.

Por un lado tenemos a la típica pareja contemporánea; ella es fiel, él es fiel, se entregan el uno al otro de manera exclusiva, y el solo hecho de pensar en otras personas les parece repulsivo, condenable, imperdonable... la infidelidad no es una opción; él jamás miraría a otra, ni ella a otro... tan siquiera pensar en eso los hace sentir cochinos y malvados, ni en pensamiento se atreverían a herir al ser amado de tal manera. Y por otro lado tenemos a los swingers; disfrutan viéndose el uno al otro en arrumacos con un tercero, la noción del sexo que poseen está completamente separada del amor, y no creen en políticas exclusivistas, al contrario, la idea que tienen de "querer lo mejor para el otro" se ha visto extendida con "incluso si lo mejor no soy yo".

Luego tenemos a otra pareja de las que hay por ahí; se llaman entre sí "amorcito", "puki", "muñecote", "bomboncito"... cuando ella se enoja, él le trae flores y chocolates, y se arrodilla pidiéndole perdón; cuando él se enoja, ella le prepara su cena favorita y lo espera con la mesa servida, mientras sostiene una copita de vino parada en la puerta de la casa, esperando a que él llegue... hacer el amor es todo un ritual para ellos: él esparce pétalos de rosa sobre la cama, ella prende velas, ambos se acicalan y perfuman hasta borrar toda evidencia de olor humano de sus cuerpos... ¡y ay si alguno le levantara la voz al otro! un silencio incómodo invadiría la casa por semanas. En la otra esquina tenemos a nuestros aficionados al S&M; para ellos el sexo es guerra, sudor, cadenas, vendajes, latigos e insultos... ella quema sus camisas a propósito, para que él le reclame, para que él la tome por las muñecas y la grite, la samaquee, la tumbe en la cama, la amarre a ella y la haga suya... él recorre la casa buscando imperfecciones, y luego le pregunta quién es el jefe, le exige que diga por favor, que pida perdón, que le implore, que le diga que no hay hombre más viril que él.

Y finalmente, aquella pareja que esperó y esperó... ella tenía fuertes creencias al respecto, así que le pidió a él que espere, y él esperó... y esperó... y esperó... el día que se casaron, él ya tenía las pelotas a punto de reventar, pero se sentía orgulloso de haber sabido cumplir con lo que ella le había pedido, y de poder tomar a su esposa en la cama con todas las de la ley... ella, por su lado, se sintió más virginal que nunca llegando al altar vestida de un digno blanco, y pensando pícaramente que su noche de bodas sería inolvidable mientras aún estaba en misa. Su contraparte: Adam y yo... ¿esperar? ¡nada! nuestra primera vez fue cuando teníamos poco menos de dos meses de relación, a los 17 años... total, hay más que esperar de un matrimonio que sexo.

Repito: cada pareja tiene sus reglas. Cada pareja tiene su propia dinámica, su propia manera de funcionar. Lo que pasó con una pareja no necesariamente va a pasar con otra, así que ¿sirve de algo dar consejos del tipo "a mí me pasó"? No. Al menos conmigo, no.

Los expertos hablan una y otra vez: "yo estuve en una relación larga y ahora estamos felizmente casados", "yo estaba por casarme con mi novio de años pero me separé y me casé con otro", "la amiga de una amiga de la prima de mi vecina estuvo muchos años con el mismo chico y luego se enteró que era gay", "mis papás se casaron a los dos meses de haberse conocido y ahora se van a divorciar"... casos hay miles, parejas hay miles, consejos hay miles. Nadie es el gurú en estos casos, la única regla es que no hay reglas, y el requisito para que una pareja funcione bien es solo uno: sincronía.

sábado, 25 de julio de 2009

Paz y amor


Domingo: Invité a Adam al cine. Llegó tarde a verme y no alcanzamos la función. Nos vimos forzados a esperar a la siguiente, que era tres horas después. Dimos vueltas por el centro comercial, nos frustramos por el aburrimiento. Nos peleamos. Me subí en un taxi y regresé a mi casa. Y de nuevo no vi Transformers II.

Lunes: Hoy no vi a Adam. Tal vez está molesto porque me fui ayer y lo dejé solo en el centro comercial. No me importa, yo tampoco tengo ganas de verlo. He tenido el celular apagado todo el día, me fui de compras con mamá para distraerme un poco. Al llegar a casa prendí el celular. Adam no había llamado.

Martes: Adam me mandó un correo en la mañana preguntándome qué me pasa. Que si estoy con la "cabeza caliente" por algo o alguien. Le dije lo que me pasaba. Le dije que estaba harta de que nos lleváramos así. No respondió. En la noche vino a verme. Le pregunté qué pensaba de lo que le había enviado, me dijo que estaba bien, que debíamos aprender a llevarnos mejor. Luego lo hicimos en el mueble de la sala.

Miércoles: Invité a Adam a cenar. No quizo, no tenía hambre. Pero yo sí, le dije. Ordénate un delivery, respondió. No era la idea, yo quería cenar con él, pasar un rato agradable. Pero también tenía hambre. Pedí una hamburguesa francesa y Adam le dio una mordida. Se comío todos mis champiñones.

Jueves: Segundo intento de invitar a Adam a cenar. Esta vez propuse un chifa. Tampoco quizo, estaba cansado. Al intuir mi incomodidad, empezó a llenarme de explicaciones. Luego intentó ser él quien me invitara a cenar. Pero yo ya no quería, ya estaba de mal humor así que preferí pedirle que se fuera. Se fue.

Viernes: Adam me acompañó a la boda de quien fue mi mejor amiga en la infancia. Sí, otra boda más. Me pasé la noche pensando en cuán lejos estamos Adam y yo de llegar a eso. En lo mal que nos llevamos. En lo poco que nos divertimos cuando estamos juntos. En cuán no-enamorados se nos veía. Se me arruinó el humor, se me arruinó la noche. Y también la de Adam. Discutimos por una tontería X, yo ya no quise bailar, Adam me pedía que al menos disimule... no podía, quería salir de ahí. Vino a dejarme a casa, y se marchó. Intenté llamarlo, no sé por qué. Primero no quizo contestar, luego contestó para decirme que no quería hablar de nada, y finalmente me colgó y apagó el celular. Me puse a llorar. No sé por qué.

Sábado: Me desperté tarde, pasada la hora de almorzar. Revisé mis correos, Adam me había escrito...

From: Adam
Sent: Saturday, July 25, 2009 2:38 PM
To: Lo

No me respondas ya que no quiero hablar de nada en este momento, pero me pareció un artículo que nos puede sonar familiar: "Esta relación no me trae paz" .

Le di clic al link, leí el artículo. Y ahora no sé qué pensar.

sábado, 18 de julio de 2009

Caso de estudio


Al principio, Rochi no era una de mis personas favoritas. Sus constantes risotadas y cerebro unineuronal enervaban mi supuesta intelectualidad. No podía soportar más de cinco minutos con ella cerca, pero tenía que hacerlo: su novio Edu era amigo de Adam. Y la verdad, hacían buena pareja: huecos, pseudo-fashionistas, desubicados, inmaduros... eran una desafortunada antítesis de lo que Adam y yo aspirábamos a ser. Con Edu podía ser más tolerante, al menos era gracioso el tipo. Pero con Rochi no podía (no podíamos): cada vez que reía sin parar por cualquier tontería, cada vez que hablaba de como combinar lentes de sol con ropa de verano, cada vez que adoptaba una pose de niña pequeña para que Edu le compre algo, cada vez que relataba cómo se pasaba el día durmiendo, o viendo TV, o pintándose las uñas, quería arrancarme ojos y oídos para no tener que percibirla cerca (también habría tenido que arrancarme la nariz, para no oler su invasivo perfume).

Con el tiempo y gracias a tantas doble-citas forzadas, pude descubrir el lado bueno de Rochi. No era tan mala después de todo, se podía conversar largo y tendido con ella y no aburrirse (claro, una vez superadas las ansias de salir corriendo de ahí), podía guardar bien un secreto, fue mi gran cómplice más de una vez, brindaba ayuda a quien lo necesitara y tenía un buen corazón.

Sin embargo hubo un defecto que jamás pude perdonar en ella: era una mujer sin mundo. Rochi no trabajaba (el último trabajo que tuvo le pareció "demasiado exigente" así que renunció, pese a cuánto le había costado a Edu convencer a Adam de que la recomendara), no estudiaba (estaba matriculada en una universidad cuchifacienta en un programa a distancia al cual nunca asistía a pesar de que las clases eran solo los sábados y domingos), no tenía ningún pasatiempo digno (no le avergonzaba admitir que dormía todo el día o se la pasaba encerrada en su cuarto con el tele encendido depilándose, probando distintos estilos de maquillaje, hablando por teléfono, etc) y todo, absolutamente todo se lo pagaba Edu: el gimnasio, los gustitos, las salidas, las visitas al doctor, al dentista, la ropa... todo.

Me era imposible tenerle respeto a Rochi al 100%. En algún momento llegué a pensar que tal vez le tenía envidia, después de todo (y dejémonos de tetudeces) a qué mujer no le gustaría llevar una vida tan fácil y despreocupada. Pero luego, pensando más consecuentemente, pude predecir con certeza lo que a Rochi se le estaba por venir.

Rochi se quería casar y ya. Edu, no tanto. Trató de postergarlo lo más que pudo hasta que un día y gracias a un test de embarazo no pudo decir más "el próximo año, amorcito". A nadie le extrañó que esa fuera la forma en la que finalmente terminaran atando el nudo, y más de uno sospechó que quizás Rochi había puesto gracia en la jugada antes de que se le fuera el tren. No hubiera sido nada raro en ella, para ser sincera, pues sus ansias por casarse eran evidentes, hasta el punto de poner ultimátums frente a todos o pelearse en público con Edu por esa razón.

Así Rochi pasó, de manera forzada, a formar parte de una familia que no le tenía respeto por la misma razón que yo. Para ellos, esa rola de "no has perdido un hijo, sino has ganado una hija" no sonaba tanto como "no has perdido un hijo, aún lo tienes, y ahora viene con una sangrona de regalo". Rochi y Edu se mudaron al segundo piso de la casa de los papás de él, quienes aceptaron a la recién formalizada parejita con el gusto de quien se entera de ese cáncer inoperable que no te matará, pero te hará retorcer de dolor de vez en cuando.

La tensión se podía cortar con un cuchillo en el ambiente esas primeras semanas. Rochi, con su imaginaria superpanza de tres meses de embarazo, se negaba a mover un dedo en casa mientras Edu iba a trabajar, y las fricciones entre ella y su suegra no eran expresas, pero sí una bomba a punto de explotar. Rochi no se paraba ni para tender su cama. Y luego, cuando la panza realmente creció, sus imaginarios malestares eran innumerables, y llamaba cada cinco minutos al trabajo de Edu para quejarse, quien, ciego enamorado, se peleaba con su mamá por no brindar los cuidados que su frágil esposa requería. Era una situación para morirse. Luego nació el bebé. Y con él, las ganas de Rochi de volver a socializar. "Ahora ya puedo" decía sin reparo alguno, mientras entregaba el bebé a Edu con una carita de puchero para que bajara a pedirle a su mamá que lo cuidara mientras ella iba a tomar un café con sus amigas. La abuela chocha no podía decir que no, y de nada hubiera servido, pues Rochi era inmune a cualquier mirada recriminatoria. Las peleas entre Edu y Rochi empezaron a hacerse más frecuentes. Edu no estaba dispuesto a tolerar más, y Rochi no sentía estar haciendo nada malo. Edu puso las cartas sobre la mesa: o funciona o no funciona, y como soy yo quien paga por todo, funcionará a mi manera. Rochi aceptó.

Hace algunos días viajamos a visitar a Edu y Rochi después de casi un año sin verlos y de una mera comunicación por Internet. Lo que vi me impactó. De la chica fashion que conocía no quedaba nada: una mujer engordada, mal vestida, desaliñada, sucia, despeinada, ojerosa y con la cara grasienta salió a saludarme con la misma voz de niña hueca que recordaba. Pude verla en su papel de ama de casa, que más parecía sirvienta de Edu por como éste le hablaba. Recibía órdenes sin "por favor" incluído, corría de aquí para allá atendiendo al bebe, levantando platos, trayendo limonada a los invitados, buscando lo que fuera que Edu le pidiera, y en más de una ocasión, fue muda víctima de las bromas de Edu, quien se burlaba de su falta de instrucción y su poca esperanza de algún día obtenerla. Si se le hacía una pregunta, Edu la interrumpía o respondía por ella. Horrizados, no atinábamos a adaptarnos a esa nueva situación, ni a reaccionar de una y otra manera ante lo que veíamos: eran tan distintos, eran tan patéticos los dos.

Ese día fue mi epifanía. Ese día recibí mi vacuna. Tiempo al tiempo, es mejor hacer las cosas con calma para que salgan bien, sobre todo si van a durar tanto como una vida entera, o si las consecuencias de que salgan mal pueden ser tan catastróficas.

jueves, 9 de julio de 2009

Sí, hoy tengo PMS

Recuerdo haber escrito sobre esto antes. Y lo recuerdo porque lo acabo de leer. Recuerdo cómo mi opinión era distinta, cómo yo pensaba en otras cosas hace no mucho tiempo. Recuerdo la ilusión, el miedo, la idealización de vivir ese momento, con una nota de desesperación porque no se veía venir. Lo que no recuerdo es cuándo todo es cambió.

Tengo dudas. Muchas. Estoy cansada de tenerlas pero las tengo. Mis dudas se han vuelto en mi escudo protector, aquel que impide que nada me lastime, que previene que alguna espada malévola pinche mi corazón tan reparado y reabra alguna vieja cicatriz o desenmiende alguna costura reciente.

Adam tiene tantas cosas que no me gustan, que en mi calidad de enamorada las puedo dejar pasar, pero que como esposa no podría. Y esa es mi gran preocupación. ¿Y si Adam y yo no somos el uno para el otro? ¿Y si lo único que nos une es el tiempo y energía invertidos en la relación? ¿Y si el amor no nos alcanza para sobrevivir los batallazos de un matrimonio? ¿Y si eventualmente nos llegamos a cansar el uno del otro, o despertamos un día para darnos cuenta de que casarnos fue un error? ¿Y si terminamos engendrando pobres víctimas de nuestra inconsistencia, testigos involuntarios de nuestras supernóvicas peleas?

En poco más de diez años he llegado a conocer a Adam en muchos aspectos, tanto buenos como malos. Pero últimamente solo puedo pensar en los malos. Sé que los buenos están ahí, los veo a veces, los siento a veces, me hacen sonreír a veces. Pero "a veces" ya no es suficiente. Yo quiero "siempre".

Adam es adicto al trabajo. Sale tarde de la oficina porque prefiere quedarse trabajando que hacer otra cosa. El dice que es porque tiene asuntos pendientes, yo digo que simplemente le gusta trabajar. Supongo que esto debería ser un punto a su favor... un chico trabajador, qué más querría una. Pero cuando estás sola en casa, esperando sentada junto a una cena fría a que llegue el que te prometió amarte hasta la vejez, el workaholismo ya no suena tan agradable. Mucho menos si eso es causa de su cansancio eterno. Adam siempre está cansado, siempre, y cuando no lo está, quiere "relajarse", entiéndase, tirarse frente a la TV sin hacer nada divertido más que zanganear. Y como buen zángano, espera que le traigan todo y no mueve un dedo para nada. Y (aquí viene la queja fuerte) como buen zángano, pareciera que pierde su aparato genital después de la cópula y muere, pues después de una ya no quiere nada más que dormir (¡cómo extraño nuestras épocas de siete veces al día!).

Adam no se divierte conmigo. Cuando sus amigos están cerca, conversa, toma, se relaja, ríe, hace bromas, baila... es Mr. Social Life en persona. Cuando sale conmigo (en el excelso caso de que haya querido salir) habla de su trabajo y de su trabajo, una y otra vez, de gente que ni conozco, de asuntos que ni entiendo, bla bla bla... No quiere bailar, prefiere no tomar, no bromea, no se relaja, terminamos peleando del aburrimiento y cada uno termina a un extremo del taxi mirando por la ventana cómo se divierte el resto y rumbo a casa. Digamos que estoy siendo injusta, digamos que debería agradecer porque le interesa compartir conmigo todos, toooooodos los aspectos referidos a su trabajo, pero si hablamos de justicia, lo justo también sería que él escuchara sobre el mío. Y la verdad hace tiempo dejé de contarle a Adam cosas referidas a ello. Me cansé de ver su mirada al vacío cuando le hablaba, de que esperara a que terminara de hablar para empezar con lo suyo, de que me preguntara una y otra vez quién es tal persona que le he mencionado miles de veces, que minimizara cualquier problema que hubiera tenido con alguno de sus consejitos prácticos. Ahora cuando me pregunta qué tal me ha ido, contesto "Bien" y eso le basta.

Adam pretende no controlarme, es más, casi logra que crea que no lo hace. Pero sí lo hace, aunque lo disimule muy bien. Siempre quiere saber en dónde y con quién estoy, pero lo averigua de manera tan sutil que hasta pareciera que no le importa. Y no, no es que él trate de respetar mi espacio... ¡no! lo que en realidad trata es que yo no invada el suyo. Adam se mueve por la ley del espejo; no le hagas al otro lo que no quieres que te hagan. Si no quieres que te controlen, no la controles. Su anhelo de independencia me tiene enferma. No sé cómo hacerle entender que no me importa si sale con sus amigos, no me importa si se va a jugar un partido, no me importa si salen por unas chelas, solo hay dos cosas que me importan: uno, que no me deje plantada por irse con ellos, y dos, que si hay algo que contar, que me lo cuente. No me gusta quedarme esperando en la noche a que él llegue para después recibir su llamada de último minuto avisándome que no va a venir, y no me gusta enterarme por otras personas que lo vieron en tal sitio haciendo tal cosa y con tal y tal personas.

Podría seguir y seguir, pero no quiero amargarme la noche pensando tanto. He descubierto que hacerlo sin supervisión me puede hacer mal. Hay muchas cosas que me disgustan aparte de las ya mencionadas: su familia, sus amigos idiotas, su falta de tiempo para mí, su indiferencia... no sé, mientras más me releo, empiezo a sonar más como la típica enamoradita idiota que quiere al chico solo para ella y para nada ni nadie más. ¡Pero no es eso!

¿Será que me quejo demasiado? ¿Será que me he vuelto pesimista y solo estoy viendo lo malo? ¿Será que todo lo que veo es una señal de algo? ¿De que Adam no me ama? ¿De que ya no lo amo yo? No, yo tengo amor, eso lo sé, es algo que se siente y se vive, pero ¿qué pasaría si algún día se me acaba? ¿o si se la acaba a él? ¿por quién temo realmente?

Podría discutir todo esto con Adam... ya puedo predecir los consejos: habla con él, convérsenlo, explícale tus dudas, él te va a escuchar. No lo va a hacer. Pretenderá que lo hace, o quizás ciertamente lo haga, pero el cambio le durará una semana y luego será todo lo mismo. Ya hemos hablado de esto antes, mil veces, y ya no tengo fuerzas para hacerlo de nuevo, y solo me queda mi blog, mi fiel blog donde puedo descargar mi frustración y temor con la confianza de quien baila desnudo en su propia casa. Adam y yo no sabemos pelear, no sabemos conversar, ni discutir, no sabemos entendernos, en diez años no hemos sabido y quién dice que algún día aprenderemos.

Y así uno no puede ni soñar con matrimonio. Tal vez el que Adam aún no me lo pida oficialmente no sea tan malo después de todo.