domingo, 15 de junio de 2008

Guía para vivir con el corazón roto sin llegar al suicidio

Cuando se pasa tanto tiempo con una persona, es inevitable caer en la ya conocida "costumbre". Y a pesar de que dicha palabra ha sido satanizada por quienes proclaman la existencia del amor eterno, en realidad no hay nada de malo en llegar a acostumbrarse a alguien. Es normal, es lógico, es casi protocolar: primero conoces a una persona, te enamoras de esa persona, quieres pasar el mayor tiempo posible con esa persona, pasas el mayor tiempo posible con esa persona, te acostumbras a esa persona, sientes que no podrías vivir sin esa persona, cuestionas si la quieres a tu lado por amor o por costumbre, igualas amor y costumbre, te deprimes con amor y costumbre, te contentas con amor y costumbre, te enfrentas a dos posibles finales: o viven felices para siempre, o se rompen el corazón uno al otro y deben empezar ambos desde cero con alguien más.

En fin, volviendo a la costumbre, dado el caso del segundo final expuesto, romper con aquello que formaba parte de tu día a día puede ser uno de los caminos más difíciles a seguir cuando se trata de vivir con el corazón roto. Por experiencia puedo afirmar que el primer mes es el más difícil, pero pasados esos treinta días, una adquiere la fortaleza necesaria para seguir adelante sin pensar en matar a alguien o a uno mismo. He aquí algunos consejos:
  1. Apaga tu celular: Evita atolondrarte con el pensamiento de si te va a llamar o no. Ya sea porque quieres que te llame o porque no quieres, apagar tu celular te evitará muchos dolores de cabeza.

  2. Oídos sordos a las amigas: Lo mejor del mundo son las amigas. Hombres van y vienen, pero las amigas perduran con los años. Esa frase es super trillada, pero cierta. Y es en momentos de abandono cuando ellas nos hacen sentir un poquito menos desolada. Sin embargo, sus buenas intenciones no necesariamente significan ayuda efectiva, como en el caso de las crisis. Cuando una mujer tiene problemas de pareja, lo peor que puede hacer es contárselo a sus amigas. Las mujeres somos muy buenas al momento de frikearnos, y mucho más si se trata de un problema ajeno. Eso es a lo que equivocadamente llamamos "ser empáticas". Si de por sí ya estás frikeada con tus propios roches, lo que menos necesitas es a otra neurótica a tu costado, a la que le tengas que terminar explicando que tu problema no es tan grave después de todo, a pesar de que ni tú misma te la creas.

  3. Fines de semana... sólo con chicos!: Este consejo no parte del conocido "un clavo saca al otro clavo". Al contrario, con el corazón tan agujereado, lo que menos necesitas es un clavo más. Pero salir con chicos, en plan de amigos lógicamente (lo otro no lo aconsejo, y eso viene en el siguiente punto), nos ayuda a no sentir tanto esa ausencia de atención masculina a la que una naturalmente se acostumbra cuando tiene novio. En un momento tan bajoneado, te hace bien el tener a alguien aunque sea por una noche que te vaya a recoger, que haga cola en el bar por ti, que te saque a bailar y te de vueltitas, que te preste su abrigo si tienes frío y que te vaya a dejar sana y salva a tu casa.

  4. Aún no es temporada de cacería: Ni de cazar, ni de ser cazada. El despecho no es un buen selector de parejas. Mientras enfrentas una desilusión, cualquier tarado parecerá perfecto en comparación al tarado mayor que te rompió el corazón. Bajo ese estado vulnerable, es más posible que quien sea que se aproxime con aparentes buenas intenciones y atenciones hacia ti (incluyendo al tarado mayor) se vea más como el príncipe azul que te rescatará de la torre emocional en la que estás encerrada, con tus propias penas aguardando como dragón afuera. Es el momento de estar sola, de aprender a sentirse cómoda con una misma, cosa que no pudiste hacer antes.

  5. Nada de predicciones: Esto es NO EXPECTATIVAS y NO PROMESAS. No predigas lo que él hará o no hará, no hay forma de saberlo, él no es tú, por lo tanto su línea de acción probablemente no tenga nada que ver con lo que esperes de él. No predigas lo que tú harás o no harás, tampoco hay forma de saberlo, en estos momentos tú no eres tú, así que de nada vale que te propongas no saludarlo nunca más en tu vida cuando tal vez te lo cruces en un momento de poca lucidez y termines lanzándole un beso volado. No te expongas a desilusionarte más de él, ni a desilusionarte de ti misma. Vive el día a día, y que eso te baste, al menos por un mes.

Y como consejo bonus: regresa a tus raíces. En mi caso, mis padres fueron de gran ayuda. Contrario a lo que esperé, recibí de ellos el justo apoyo que necesitaba. Respetaron mi deseo de no querer hablar de Adam cuando no quería, y me prestaron su hombro cuando estuve lista para una espectorada emocional. Tus padres te pueden ayudar a volver a ser quien eras antes, pues ellos lo recuerdan mejor que tú, a mantenerte ocupada con lo que sea, desde escuchar música hasta aprender a hacer bonsais artificiales, a ocupar la mente pues cualquier pausa puede ser fatal y nos puede hacer caer en las, en ese momento, dudosas redes masculinas, ya sea por aburrimiento o por necesidad.

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Una vez que hayas sobrevivido el primer mes, estarás lista para tomar una decisión con respecto a tu futuro. Sin embargo, hay algo que debes hacer sí o sí: perdonar y olvidar. No por él, sino por ti. Por tu propia salud mental. Ese último pensamiento lo dejo en el aire para quien quiera analizarlo.

sábado, 7 de junio de 2008

El mal de la memoria

Ya ha pasado más de un mes. Es poco tiempo, sin embargo me ha parecido una eternidad. Entre llamadas perdidas y mails sin contestar, he sido capaz de proclamar mi propia independencia y fingir frialdad con éxito ante los constantes intentos de Adam por comunicarse conmigo. Sí, es cierto, con cada timbrada del celular me he retorcido internamente para aguantar las ganas de contestarle. Y cuando me hablan de él he logrado mostrar indiferencia ante el tema, dar a entender una falsa madurez y superación que no poseo y a la que aún no llego. Pude incluso convencerme a mí misma de que ya no lo amaba, pero bastó un mensaje de texto suyo en una noche solitaria para traerme abajo con poses y todo. Sí, aún lo extraño. Pero la meta es olvidarlo.

Vivo el día a día de manera agitada, agradeciendo al cielo por cada tarea que me permite distraer mi mente de cualquier pesar. Me levanto temprano, y me avoco totalmente en mi trabajo hasta las cuatro de la tarde, cuando el cansancio me tumba en cama mientras veo las repeticiones de Grey's Anatomy y alguna película por cable. Me he hecho adicta al iPod y no lo suelto por nada, la música me ayuda a no escuchar mis propios peligrosos pensamientos. He empezado a leer, cosa que no hacía hace mucho, y he vuelto a disfrutar del placer de meterme en persona en un libro. Navego por Internet solo de vez en cuando, y busco siempre algo que hacer. He retomado el contacto con mis amigas, juego más con mis perros, escribo lo que sea, tonterías.

Sin embargo, siempre hay un instante, una pausa, un segundo de calma en el que me acuerdo de él. Y por más que lo intento, ese pensamiento suele ser paralizante. Se detiene el tiempo por un instante, y todo lo que sucedía a mi alrededor empieza a moverse como si fuera en cámara lenta, mientras los recuerdos cruzan por mi cabeza a mil por hora. Es como si mis sentidos estuvieran alerta ante cualquier estímulo, esperando algo que los ayude a volver a tiempos atrás, cuando yo no era quien ahora soy, y él no era lo que ahora es. Cuando éramos nosotros.

El sabor a un cigarrillo Lucky me recuerda las noches en el mueble de la sala conversando sobre cómo nos había ido en el día. El olor a cualquier perfume de hombres me recuerda cómo nunca se decidió por uno que fuera su aroma característico. Las fotos en mi computadora, que aún no he sido capaz de borrar, me recuerdan momentos distintos, alegres, breves. Alguna traicionera canción en mi iPod, que debería distraerme, me termina recordando que alguna vez la escuché con él.

Entonces suena el celular, y cargada de nostalgia me muero por correr a contestarle, pero recuerdo que no puedo, que no debo, que no se lo merece, y recuerdo por qué.

Y así pasó el momento, y así poco a poco me despido de su recuerdo. Y así me conformo con pensar en que en ese mismo instante, él también estaba pensando en mí.

viernes, 6 de junio de 2008

Carta inservible

Hace un año, cuando la ignorancia era aún una bendición, Adam y yo sostuvimos una tierna conversación sobre cuántos hijos querríamos tener en el futuro. Ambos coincidimos en querer tener dos hijos varones, y que la última fuera niña. La protegida de la casa, la engreída por todos. La pequeña princesa. Esa noche, antes de irme a dormir, inspirada por el amor y la ilusión, y tras haber leido "Carta al hijo que no tengo" de Renato Cisneros, escribí lo siguiente:

Querida futura hija:

Discúlpame por comer cosas condimentadas que te hicieran patalear mientras estabas en la pancita. Soy una glotona incorregible y tu papi nunca ha sabido decirme que no en ese aspecto, además me la debías por haberme hecho dejar el cigarro, aunque a la larga es algo que te debo agradecer. Discúlpame también por haberme quedado dormida boca abajo en algún momento, siempre ha sido mi posición favorita para descansar.

Cuando vayas al colegio, no llores el primer día, te juro que voy a regresar y ya ni te acordarás de mí cuando estés dentro. Te buscaré una profesora linda, buena y bien capacitada, en un colegio con un jardín grandote para que puedas corretear con tus amiguitos y apreciar la naturaleza, ya te tengo algunas candidatas. No me molestaré si llegas sucia a la casa o con el uniforme roto. Y te prepararé tu sandwich favorito en tu lonchera de conejos. No te comas nunca las crayolas. Ni la goma en barra. Te friegan el estómago, en serio. Tampoco seas como tu tío Fer y no te comas los mocos. Ah! y los pedos no son graciosos, mucho menos en las niñas que se creen princesas. Tampoco las malas palabras.

Estudia mucho, sé siempre la mejor, tu papi es bueno con los números y yo con las letras, así que tendrás un cerebro alucinante, respeta a tus profesoras y no leas babosadas como "Tú" o "Cosmogirl"... desde chiquitita te haré adicta al National Geographic, y me llega si no te gusta que te hable en otro idioma en la casa, es por tu bien y algún día cuando te exoneren de inglés en el cole o te ganes una beca al extranjero me lo agradecerás.

Quiere mucho a tus dos hermanos, para ellos siempre serás la bebé. No te enojes con ellos por vigilarte mucho o sobreprotegerte, enójate con tu papi, porque él los habrá mandado a fregar a ese chico que siempre te llama. Cuando quieras algo, acude siempre a ellos, y si te jalan el pelo patéales las pelotas, ellos son mayores y no deben abusar de ti. No les pongas sobrenombres y tampoco dejes que ellos te los pongan. Y cuando estén con sus enamoradas en la sala, no te asomes ni te pongas a conversar con ellas, porque en el fondo sólo estarán esperando que te dé sueño pronto para que te vayas a dormir.

Sé engreída y deja que te engrían, pero no seas caprichosa ni antipática. Sé dulce: es un consejo que tu abuelo me dio hace años en una carta que algún día te enseñaré. Respeta siempre a tus mayores: a tus abuelos, a tus tíos, a los vecinos, a los amigos de papá y a mis amigas, osea tus tíos y tías de cariño.

No te enamores tan rápido, y cuéntame todo lo que te pase. Sé siempre sincera conmigo y te prometo que trataré de ser lo más comprensiva posible. No te enojes cuando te castigue, no patalees, no te encierres en tu cuarto, no azotes la puerta, no te pongas a llorar ni a rajar de mí con tu mejor amiga por teléfono. Recuerda que siempre tu mejor amiga seré YO, y que todo lo que haga, incluso castigarte, será porque te amo.

Cuenta con mi hombro siempre que quieras llorar: cuando tengas un mal día, cuando se muera tu perro de años, cuando no logres lo que esperabas, cuando pelees con papá, o conmigo, cuando alguien te rompa el corazón.

Busca un hombre bueno y emprendedor, que te quiera y te respete, que esté dispuesto a ayudarte cuando lo necesites, que sea amigo a la vez que enamorado, que te admire y que te trate con delicadeza, como la princesa que fuiste desde chiquita, que se lleve bien con su familia y te haga parte de ella, y que nos quiera a nosotros también. Busca a un hombre como tu papi, y busca siempre que tu papi lo apruebe, no a la fuerza, sino porque lo merece. Tu papi sabe lo que hace, y no estará dispuesto a entregar su princesa a cualquier inútil.

Llámame siempre si el destino te lleva fuera de Piura, no importa si son las 3 de la mañana y te acordaste de mí en plena juerga, siempre será reconfortante escuchar tu voz.

Y déjame llorar de alegría por ti el día en que te cases, déjame arreglarte el velo y acomodarte el vestido, usa las perlas que te regalé y no te pases de copas en la recepción. Y si algún día tienes una hija como yo te tuve a ti, recuerda esta carta pero no te la plagies, escribe una propia, y no se la enseñes sino hasta el día en que ya no estés, para que sepa que la amaste incluso antes de tenerla en tus brazos.

Tu futura mami.