lunes, 25 de mayo de 2009

No eres tú, soy yo...

En una relación siempre hay peleas. Siempre. Es imposible esperar que dos personas distintas, individuales, únicas e irrepetibles, con pensamientos distintos, provenientes de mundos distintos, con visiones distintas de la vida y, para remate, de sexos distintos (no es que los gays la tengan fácil) concuerden con todo. Si así lo fuera, uno de los dos está fingiendo, o se está aguantando las ganas de salir corriendo y escapar de esa relación aburrida y monótona. Todas las parejas persiguen ese mismo fin: no pelearse. Pero si a la larga todas lo hacen, la idea sería no alarmarse, pues es de lo más normal. No, pelearse jode.

¿Por qué nos andamos peleando Adam y yo ultimamente? Por una nueva y recién aparecida razón: en los últimos días (semanas) Adam se ha mostrado mentalmente incapaz de contarme por dónde anda, con quién sale y qué hacen. Momento. Antes de que me tilden de controladora déjenme explicarles algo: no le pido que haga la popular "marcación de tarjeta", simplemente que me lo cuente, ¿por qué no? No digo que me tenga que rendir cuentas de todo lo que hizo cuando no estuvo conmigo, basta con que me converse de ello, ¿es mucho pedir?

Imagínense esta escena: tu novio, a quien quieres y adoras mucho, se queda una noche en casa porque estás enferma. Te cuida, te alimenta, te mima, te da tu medicina, te quedas dormida, se va a su casa. Pasan los días y te encuentras con una amiga: oye, la vez pasada vi a Adam en la disco. Diablos. Y qué roche preguntar qué estaba haciendo, eres la novia, tienes que actuar como que ya lo sabías, pero en el fondo no tenías ni idea y realmente quieres saber qué estaba haciendo. Ah sí, se fue a relajarse un toque con los amigos, seguro que lo viste bailando como trompo jejeje (sonrisita estúpida). No, nada que ver, estaba sentando con dos amigos tomando un par de chelas y de ahí no se movieron toda la noche. Ok, falsa alarma, Adam se sigue portando bien, eso es bueno, supongo. PERO ENTONCES POR QUÉ FUCK NO ME LO CUENTA.

Segunda escena: tu novio te llama, no te puedo ir a ver hoy, ha llegado un amigo de Chiclayo y me ha dicho para reunirnos y salir a tomar un trago. Ok baby, anda, salúdalo de mi parte, que la pasen bonito, ya nos vemos mañana. Pasan los días y una tarde recibes un mensaje en tu correo: una antipática amiga de Adam (de esas que conoces solo de "hola") te ha mandado unas fotos de esa noche para que se las reenvíes. En la foto: Adam, su amigo y la chica en cuestión. Había una chica ahí, ok, no hay problema, pero tú pensabas que la reunión era solo de hombres y por eso ni siquiera te molestaste en querer ir, pero si había una chica entonces pudiste haber ido sin haber sentido que ibas a interrumpir conversaciones masculinas, pero Adam no había dicho nada. No mencionó lo de su antipática amiga ni antes ni después. Y tú te enteraste por una foto que ella te mandó, lindo. POR QUÉ FUCK NO ME LO CUENTA!!!

Y bueno, aquí viene el análisis: ¿estoy haciendo problemas por las puras? ¿está todo en mi cabeza o tengo razón? Sé que puedo parecer una control-freak, pero nada que ver, no es que quiera saber uno y cada uno de los pasos de Adam por este mundo, pero sí sería mejor enterarme por él y no por terceros, eso es incómodo, eso es lo que jode. Sin embargo, Adam piensa que sí lo quiero controlar, que sí lo quiero mantener marcado, que tal vez no confío en él, y trata de levantar su bandera de la libertad lo más que puede. Al final, él siente que se le caerá un testículo si me cuenta dónde anda, que será menos hombre por permitir que yo lo mantenga chequeado. Qué ridiculez.

¡Yo no hago eso! (¿o sí?)

domingo, 17 de mayo de 2009

Madre primeriza

Tengo dos perritas que adoro. Blue y Muffin. Ambas con historias que pudieron ser muy tristes de no ser por la intervención divina que las hizo llegar a mis manos.

Blue es hija de un padre callejero y una madre con pedigree. La abuelita de Blue, osea, la dueña de su mamá, no quería crías chuscas en su casa. Así que las regaló a quien quisiera llevárselas. Pero nadie quería a la pobre Blue, y su abuela ya estaba considerando llevarla a dar una larga visita al río metida en un saco de papas. Cuando nos enteramos, salimos al rescate y nos la llevamos a casa.

Muffin nació en la calle, al costado de un taller mecánico. Su mamá era una perrita flaquísima y sarnosa, que se alimentaba de lo poco que encontraba en los basurales, y apenas podía cuidar a su camada. Un día recibí una llamada de un tío, quien solía llevar su auto al taller cercano a la guarida de Muffin; uno de los cachorritos había muerto atropellado por un taxi, y los otros yacían llorando al costado de su mamá, convaleciendo de hambre. Corrimos al lugar que nos indicaron, sedamos a la mamá para que muriera sin dolor y llevamos a los perritos a un albergue de animales. Todos estaban muy maltrechos, pero la peor era Muffin; las pulgas la habían succionado casi por completo, estaba anémica, y apenas se podía mover. Después de dos largos días de rehabilitación, pudimos lograr que se salvara. Al ver esa tierna colita moviéndose mientras caminaba hacia a mí, decidí llevármela a casa y presentársela a Blue. Se hicieron amigas de inmediato.

Hace dos días se enfermó Blue. Vomitó temprano en la mañana y no quizo comer el resto del día. Se la pasó echada en su cama, ante los ojos preocupados de Muffin, quien cayó esa misma noche tras vomitar su cena. No tienen nada malo, decía Adam, tal vez comieron algo que les cayó mal. Yo me moría de nervios y esa noche no dormí. Preocupada por mis bebés, me la pasé en vela vigilante, atendiendo a que no les pasara nada, ninguna arcada, ni vómito ni nada.

A la mañana siguiente parecía estar todo bien, pero en la tarde Muffin volvió a vomitar. Llévalas al parque y déjalas morder un par de hojas, decía Adam, los perros saben purgarse solos. Pero ninguna de las dos se quería mover. Ese ataque entusiasta y abrumador que suelen tener cuando me ven agarrar sus correas para salir estuvo ausente ese día, y fue preocupante. Algo pasa, me las llevo al veterinario.

No tienen nada, dijo el doc. Tal vez les cayó mal la comida. Pero doctor, ellas solo comen alimento para perros. Debe ser una indigestión, entonces, dijo tranquilo, dales un poco de yerbabuena, con eso se les pasa, y no las fuerces a comer. Regresé a casa enojadísima por no haber encontrado una respuesta a la cara de muerto de mis dos bebés. Esa noche tampoco dormí. Blue vomitó, y Muffin se la pasó con náuseas. Me agarró un ataque de llanto. Se mueren mis perritas, pensé, pero Adam me miraba con cara serena. Déjalas, van a estar bien, eso le pasa a los perros a veces.

A la mañana siguiente, Blue y Muffin estaban como nuevas. Comieron, jugaron, fastidiaron al gato, salieron a pasear, etc, todo lo que un perro normal hace. Ya entrada la tarde, aliviada y convencida de que ya estaban bien, me senté apaciblemente con ellas en el patio de la casa. Adam se acercó con una de mis zapatillas totalmente mordisqueada. Mientras la examinaba, escuché a Muffin vomitar por última vez: un pedazo de agujeta.
En la foto: Blue y Muffin.

domingo, 10 de mayo de 2009

Conch... tu madre

El día que Adam y yo hicimos la promesa de empezar a llevarnos mejor con nuestro resonado "borrón y cuenta nueva", yo me propuse en silencio aprender a aguantar con la misma mudez los desplantes de su mamá. Mientras no me la cruce no habrá problema, pensé. Por lo pronto, vale ir practicando mi cara de idiota despistada, entiéndase, cara de cojuda, esa misma que pondré cuando la tenga en frente para que alucine que sonrío a todo y que nada me molesta. Que no la oigo. Que no me afecta lo que diga. Que no espero nada de ella. Que no puedo ver sus muecas. Y que nada alterará la paz que llevo con su hijo. De vez en cuando habrá que mostrar algún detalle, algo que la haga sentir que estoy tratando de ser niña buena, de caerle bien, así la hipocrecía le brote por los poros al gesto, que sepa que por lo menos estoy haciendo un esfuerzo. Aunque en el fondo esté convencida de que no la quiero tener cerca.

Y hoy es día de la madre. ¿Saludarla o no saludarla? ¿La llamo? ¿Le mando un mensaje de texto? ¿O tal vez un email? ¿O le pido a Adam que la salude por mí? ¿O me hago la loca y no la saludo para nada? Sí, eso, me hago la loca, igual no la quiero saludar. Pero mi conciencia en forma de mi propia madre entra a mi cuarto a revolverme las ideas: llama a la mamá de Adam, hijita, que vea que te interesas en ella. No quiero llamarla, mamá, le voy a mandar un correo. No hija, un correo no es un saludo. ¡Ok! Cojo el teléfono.

Mamá de Adam: ¿Aló?

Lo: (Maldita sea, ¡contestó!) Señora, ¿cómo está? Le habla Lo.

Mamá de Adam: Sí, buenas tardes.

Lo: (¿Buenas tardes? tan seca... ) Buenas tardes, llamaba para saludarla por su día, ¿cómo la está pasando?

Mamá de Adam: Gracias.

Lo: (Te pregunté cómo la estabas pasando, vieja bruja...) Todos reunidos en familia, me imagino.

Mamá de Adam: Sí, todos estamos acá.

Lo: (Tan cortante... ) Me imagino que su hijo se ha portado bien hoy, jejeje...

Mamá de Adam: Siempre se porta bien.

Lo: (¡Ja! no siempre...) Qué bueno.

Mamá de Adam: ...

Lo: ...

Mamá de Adam: ???

Lo: Bueno señora, me despido, que la siga pasando...

Mamá de Adam: Ok Lo, gracias por llamar. ¡Clic!

Lo: ... bonito.

¡Listo! ¡Decidido! Mis hijos solo tendrán una abuelita, una nonita, una mamama, ¡una! ¡solo una! La otra será la señora que es mamá de papá, cuyo nombre apenas recuerdan y que solo ven de vez en cuando en algún cumpleaños, les regala medias y manda plata en Navidad, y que cuando está cerca, a mamá le da dolor de cabeza y se tiene que encerrar el día entero en su cuarto hasta que se le pase, por más que papá le de aspirinas con tecito de manzanilla y le acaricie el cabello pidiéndole que baje a la sala.

viernes, 8 de mayo de 2009

Casa para dos

Adam y yo nos hemos embarcado en un nuevo proyecto: empezar a construir la que será nuestra futura casa. Cómo se nos ocurrió, aún no lo sé. Recuerdo que luego de nuestra tragedia más reciente, ambos nos quedamos con ese sinsabor de no haber podido vivir a plenitud lo que hubiera sido la llegada de un hijo. Entonces hablamos de ya querer tener uno. Pero primero había que recuperarse, porque tu útero ha quedado débil, Lo, recuerda lo que digo el doctor. Así que teníamos que esperar. ¿Qué hacemos mientras esperamos? Pues lo de ley, casarnos. Pero para eso falta mucho, hay mucho que planear, muchas cosas que hacer antes, además cuando yo pida tu mano, Lo, quiero que sea una sorpresa para ti, así ya sepas que lo voy a hacer. Entonces hagamos algo más práctico con el tiempo que tenemos... seamos productivos, construyamos una casa.

Volvamos a las bases: años atrás, antes de los tiempos de Adam y de cualquier otro muchacho en mi vida, antes de que tan siquiera me viniera la regla o me crecieran las bubis, papá hizo una gran compra. Habían terrenos en venta, en una zona aún no urbanizada, alejada totalmente de lo que era Piura en sí. Los terrenos estaban demasiado baratos para ser verdad, y a papá le estaba sobrando un poco de plata. Así que compró dos; uno para mí y otro para mi hermano Fer. El paquetazo de Alan García en 1988, que destruyó la economía de muchos, permitió a papá pagar ambos terrenos en menos de un año. Y así, con tres propiedades en mano, papá pudo relajarse pensando que ya tenía una casa donde envejecer y dos terrenos que heredar a sus dos hijos.

Años después, Adam mencionó la palabra "matrimonio" en una reunión familiar. Y papá pensó: construcción. Escogió uno de los terrenos, los cuales ya estaban rodeados de casas pequeñas y verdes parques, y mandó a edificar parte de un primer piso, el cual luego pondría a mi nombre. Luego la palabrita en mención dejó de sonar, no importa, Lo, igual esa casa es para ti.

Ahora la palabra bebé nos sigue rondando las cabezas. Y la palabra matrimonio también. Así que Adam habló con papá; la cosa va en serio. Ya empezó el trámite: contratar un arquitecto, tramitar licencia de construcción, solicitar un préstamo al banco. Me caso. Con casa y todo.

Dato curioso: Adam aún no me "sorprende".

lunes, 4 de mayo de 2009

Hora de saltar

Ya pasó un año. Y en un año pasaron muchas cosas. Cosas buenas, cosas malas, cosas que me tumbaron al piso, cosas que me hicieron rebotar, cosas que me dejaron como chicle en zapato, cosas que me hicieron volar por las nubes, cosas que me metieron cinco días seguidos a la cama, cosas que me hicieron llorar como jamás pensé que podría, y cada vez una cosa peor que otra, cuando pensaba que no podría haber cosa más dolorosa venía otra cosa más, y así cosa tras cosa pasó un año. Ya es hora de dejar esas cosas atrás.

Escribo este post mientras escucho "This year's love" de David Gray. Es una canción hermosa. Suelo hacer eso frecuentemente con las canciones. Las adopto una a una, las canto y recanto, escucho y reescucho, las llevo conmigo en mi iPod, las pongo mientras trabajo, mientras escribo, en la computadora, en el auto, en la oficina, en donde sea, las hago mías dependiendo de mi estado mental y no de ánimo, pues sería demasiado pasajero para adoptar una, hasta que me aburro de ellas y luego pasan al baúl de los recuerdos que valdría la pena bloquear. En estos últimos doce meses adopté a "Scratch" de Kendall Payne, "Slipped Away" de Avril Lavigne, "Falling awake" de Gary Jules, "Colorblind" de Counting Crows, "Thinking of you" de Katy Perry, "Emotions" de Destiny's Child, "Oh boy" de Duffy y hasta "7 things" de Miley Cyrus (por Dios...), solo por mencionar algunas. La lista es larga.

En fin, ahora escucho a David Gray. Y repito la canción una y otra vez, y no me canso de escucharla, de atender a la letra y prácticamente rezarla. This year's love had better last me canta él, una y otra vez. Y sí, más le vale que dure. Le he puesto demasiadas ganas a esto, y más vale que sea para siempre. Es la única forma de mirar hacia atrás y poder encontrarle razón de existir a todas las lágrimas que derramé. Sí, más vale que este amor dure.

Hablaba de karma en el post anterior. Si existe tal cosa, entonces supongo que después de un año tan increíblemente malo, se vendrá uno sorprendentemente bueno. Sería lo justo, ¿no?

Llegó la hora de saltar. De dejar traumas e inseguridades atrás. De olvidar penas y miedos, de convertir todo dolor en aprendizaje. Suena fácil, pero no lo es. Al final, el amor trata de eso; saltar al vacío sin saber qué hay abajo, tan solo esperar que sea bueno y confiar en que no estrellaremos la cara al piso. Y una vez que se ha saltado, ya no se puede regresar, ya no hay cómo, y mirar atrás ya no sirve de nada, mirar atrás le quitaría la belleza a tan hermoso clavado.

Hubo un tiempo en que sabía que si me lanzaba de un edificio, Adam estaría abajo para recibirme en sus brazos. Figurativamente hablando, claro, ni yo soy suicida ni Adam tiene las habilidades del más experimentado catcher. Ya es hora de volver a sentirme así. Y si me estrello de cara al piso, al menos habré disfrutado el vuelo.

This year's love had better last... escúchenla.