lunes, 30 de marzo de 2009

¡Cuidado, bebé a bordo!

Fuimos al ginecólogo juntos. Ambos nerviosos; yo ansiosa, él... inestable. Le he concedido sus quince minutos de estupidez diarios porque soy conciente de que esta situación no es fácil. Incluso yo me he frikeado algunas veces en las que se me dio por pensar más de la cuenta. Todo cool, todo tranquilo, Adam tiene licencia para descuadrarse. Así como trato de no conmoverme demasiado cuando lo escucho hablar de posibles nombres en caso sea varón (al parecer eso es lo que él quiere), también evito enojarme cuando parlotea sobre las cosas que "ya no vamos a poder hacer"... todo cool.

Ahora hay que cuidarse. El doctor no pudo ver el saco gestacional en la ecografía, pero sabemos que está ahí, pues el test de sangre que recomendó después resultó positivo. Y la razón por la que no pudo verlo fue obvia: recién tengo dos semanas y está muy pequeñito o aún no se ha implantado en las paredes del útero. En fin, hay un problema.

He empezado a sentir pequeños dolores abdominales. Nada fuerte, nada que me tumbe a la cama, pero sí muy preocupante pues no sé a qué se deben. El doctor tampoco encontró razones aparentes, tal vez mi estilo de vida, agitado, siempre corriendo de aquí para allá, nunca tranquila. Recomendó no hacer actividades físicas intensas, descansar siempre que sea posible, y tomar dosis diarias de progesterona. En caso de sangrado, correr al consultorio.

¡Agarrate fuerte, bebé!

jueves, 26 de marzo de 2009

Así fue

Un día conocí a un chico en la universidad. Tenía ojos de ángel y resultó serlo. Me conquistó contándome cinco chistes diarios que copiaba del show de Videomatch para aliviar la tensión y el stress que la vida universitaria me causaba. Me conquistó con su simpatía y carisma, con la frescura en su actuar, con su sonrisa incansable. Me conquistó con sus historias sobre su vida y su familia. Pronto nos hicimos mejores amigos, era imposible ver a uno sin el otro al lado. No pasó ni un mes y nos hicimos enamorados. Y la historia comenzó.

Pasaron los años. Muchos, muchos años. Conversamos infinitas veces sobre cómo sería nuestra vida juntos. Y de a pocos la vivimos. Crecimos, sobrevivimos a la vida universitaria, nos enfrentamos al mundo laboral, tropezamos y nos levantamos una y otra vez. Siempre uno al lado del otro. Invencibles, inquebrables, inseparables, así nos calificaron en mil y un ocasiones. Y es que lo éramos.

Durante un largo periodo, él me consideró la enamorada perfecta. Comprensiva, abnegada, dispuesta a apoyarlo y satisfacerlo en todo, dedicada, fiel. Y un día dejé de serlo. Arrepentida volví a sus brazos, convencida de que no había mejor hombre que él. Y eventualmente descubrí que la humanidad en ambos se manifestaba a iguales magnitudes y que él también sabía meter la pata. Pasamos una temporada llena de pleitos y culpas, hasta que no pudimos más y todo terminó. O al menos así parecía.

Una tarde de marzo dejamos de evitar lo inevitable. Nos pertenecíamos el uno al otro y ante eso no podíamos cerrar los ojos. Era hora de dejar dramas de lado, empezar de cero, volver a conocernos, a enamorarnos, darnos una nueva oportunidad. Era un nuevo comienzo en el que la consigna era "avanzar a paso lento pero seguro."

Hasta que un día, una varita blanca me dijo que iba a ser mamá. No le creí, así que probé con otra varita al día siguiente, la cual me dijo lo mismo. Estoy 20% asustada y 80% feliz, el caso de él es al revez. Los hombres son más prácticos y las mujeres más emocionales. No hay roches.

Este sábado un doctor nos dará la noticia definitiva. Y no hago más que acariciar mi vientre mientras pienso en mi 80%, y sonrío comprensivamente al observar a Adam pensando en el suyo.

lunes, 23 de marzo de 2009

Un minuto que duró siglos

Adam: ¿Terminaste?

Lo: Sí.

Adam: ¿Dónde está?

Lo: En el baño.

Adam: ...

Lo...

Adam: ...

Lo: ¿Qué crees que sea?

Adam: No sé... ¿has sentido algo?

Lo: No.

Adam: ¿Mareos?

Lo: No.

Adam: ¿Náuseas?

Lo: No.

Adam: ¿Dolores?

Lo: ¿Dolores?

Adam: De ovarios...

Lo: No.

Adam: ... como cuando te va a venir la regla.

Lo: No.

Adam: ¿Nada?

Lo: ¡No!

Adam: ...

Lo: ¿En serio, qué crees que sea?

Adam: Ni idea.

Lo: Esto es tu culpa.

Adam: ¿Mi culpa?

Lo: Sí, yo te dije esa vez que te pusieras un condón.

Adam: Pero no me insististe...

Lo: ¿Te tenía que insistir?

Adam: Pudiste decirme que entonces no harías nada.

Lo: ¿Y por qué no lo dijiste tú?

Adam: Soy hombre.

Lo: ¿Qué?

Adam: ¡Soy hombre!

Lo: ¡Qué lamentable excusa!

Adam: En fin, ¿cuál es el gran problema? Tampoco es que seamos un par de mocosos.

Lo: Claro...

Adam: Somos adultos.

Lo: Por supuesto...

Adam: Somos profesionales.

Lo: Desde luego...

Adam: Ambos trabajamos.

Lo: Definitivamente...

Adam: Lo podemos afrontar.

Lo: ¡Amén!

Adam: ...

Lo: ¿Qué?

Adam: ¿Y qué pasaría con nosotros?

Lo: Nada.

Adam: ¿Cómo que nada?

Lo: Pues nada.

Adam: Yo no te dejaría sola.

Lo: ¡Ja! Gracias...

Adam: Estás siendo sarcástica.

Lo: ¿Te parece?

Adam: ¿En serio crees que te dejaría sola?

Lo: Adam, este cambio para ti no se va a comparar en lo más mínimo a lo que va a ser para mí. Para ti será un cheque más que tendrás que llenar y remitir mes a mes, podrás caminar por la calle campante sin que nadie tenga la más mínima idea de lo que pasa en tu vida, podrás seguir haciendo las mismas cosas que siempre has hecho sin que eso afecte a nada que te esté creciendo dentro. Yo por otro lado, seré evidencia andante de lo que me esté sucediendo, mi vida cambiará por completo y no habrá una sola decisión que pueda tomar sin antes pensar en aquella personita que ahora va a depender de mí. Así que no creas que tus repentinas ansias por brindar apoyo moral me van a servir de algo.

Adam: No me refería a eso. Me refería a casarnos.

Lo: ...

(Campanita sonando... ¡ding!)

Adam: Es el cronómetro. ¿No vas a ir a ver los resultados al baño?

Lo: Ve tú. Yo no puedo.

sábado, 14 de marzo de 2009

Flashback

Recuerdo años atrás, los años maravillosos, aquellos años en los que la inocencia tambaleaba acercándose a ese límite preciso con los placeres de la vida adulta. Mi mejor amiga en ese entonces se llamaba Oriel. Era una chica muy sociable y extrovertida, todos la apreciaban por su gran carisma y su inacabable energía para contar chistes o hacer comentarios graciosos. Cabello castaño, alta, delgada, ojos verdes con piernas de super modelo, la consideraba todo aquello que yo tal vez hubiera deseado ser, con mi 1.62 de altura, mis comunes ojos negros, mis lacios mechones de color marrón y mis 10 kilos de sobrepeso, siempre encerrada en mis libros. Ella era la amiga bonita y yo era la amiga fea, pero no importaba, pues siempre habíamos sido amigas. Estábamos en nuestro último año de secundaria, emocionadas por lo que estaba por acabar y empezar en nuestras vidas, planeando ir juntas a la misma universidad, aunque no estudiáramos lo mismo, compartir un cuarto en algún lugar que no fuera Piura, salir a relajarnos los fines de semana sin control parental, convertirnos en lo que ya creíamos ser: inseparables.

Un día, faltando solo dos meses para que terminara el año, Oriel me llamó a casa, desesperada. ¿Te puedo ir a ver? preguntó con voz temblorosa. Sí, claro, respondí, extrañada por el hecho de que tan siquiera lo preguntara, pues siempre habíamos tenido la costumbre de caer una en casa de la otra, incluso si esta no estaba. No pasaron ni cinco minutos, y una llorosa Oriel tocó a mi puerta. Había terminado con su novio, el altamente codiciado Nico, con quien estaba a punto de cumplir seis meses (lo cual en ese entonces era una eternidad) y se sentía de lo peor. Eso no es todo, agregó y presentí que algo malo se venía, no me viene mi regla.

En ese momento me sentí palidecer. Mi amiga, mi mejor amiga, aquella que me había acompañado en mi intento por sobrevivir a la tormentosa secundaria, con la que había pasado aventuras y desventuras juntas, con la que había planeado los próximos diez años de mi vida, esa amiga ahora temía que algo le estuviera creciendo dentro. ¿Cuántos días tienes de atraso? pregunté. Dos semanas. No me lo esperaba. Corrimos a la farmacia, a comprar una de esas pruebas de orina. Teníamos que esperar a la mañana siguiente, pues se tenía que hacer el test con la primera meada del día. Ese día Oriel durmió en mi casa, y fue la última vez. Nos pasamos toda la noche conversando acerca de cómo cambiarían nuestros planes juntas, lo que había pasado con Nico, cómo se había asustado, por qué Oriel no me había contado antes de su atraso, cómo se lo diríamos a sus padres, cómo se le transformaría la vida.

Al amanecer, Oriel me despertó. Ve a ver tú los resultados al baño, me suplicó, yo no me atrevo. Aún no aclaraba totalmente, así que tuve que prender la luz. Una varita con dos rayas sumergida en un potecito de orín me anunció que sería tía. Oriel lloró y lloró, y yo la consolé durante dos horas antes de ir al colegio. No te preocupes, le dije, yo te organizaré un súper baby shower. En su aún presente inocencia, eso pareció hacerla sentir mejor.

Guardamos el secreto durante una semana más, hasta que Oriel se atrevió a hablar con sus viejos, y yo la acompañé. Luego tuve la satisfactoria labor de conversar con Nico y hacerlo entrar en razón a punta de granputeadas por haber intentado abandonar a mi amiga. Y finalmente, mantuvimos los cinco nuestras bocas cerraditas hasta que terminara el año escolar.

Las cosas no salieron tan mal para Oriel después de todo. Sus padres acordaron apoyarla hasta que naciera el bebe y pudiera asistir a la universidad, Nico permaneció a su lado, se disculpó por haber sido tan estúpido y sus padres se unieron al apoyo en cuestiones de manutención del nieto. Oriel y Nico prosiguieron con sus estudios y con su relación, y eventualmente se casaron. Ahora son padres de dos felices niño y niña, viven juntos en alguna ciudad de México donde Nico es supervisor en una empresa constructora y Oriel enseña español a extranjeros. De vez en cuando me escribe y yo también a ella. Aún somos amigas, pero la vida nos llevó a dejar de ser inseparables.

Sin embargo, nunca se ha borrado de mi mente esa noche en la que organicé el baby shower para mi mejor amiga en mi casa, meses después de la tragedia. Asistieron todas las de la promoción, llovieron regalos, jugamos baby-games, conversamos acerca de la pancita a punto de explotar, nos tomamos fotos con globos de It's a boy, brindamos con coctel de leche sin licor y al final de la celebración, nos sentamos todas alrededor de la mesita de noche a comer pastel de vainilla con decorado de color azul bebé. ¿Saben una cosa chicas? los anticonceptivos no funcionan, afirmó la embarazada Oriel de improviso.

Veinticuatro ojos atónitos voltearon a mirarla mientras nuestros tenedores llenos de pastel se balanceaban a mitad de camino hacia nuestras bocas aún abiertas.

martes, 10 de marzo de 2009

El colmo de los colmos

Ya he dicho mil veces qué es aquello que tanto nos une a Adam y a mí. Quisiera decir que es el amor, y fácil que lo es, aunque últimamente no ha sido muy palpable, en fin, no es el amor, al menos no evidentemente. Es el sexo.

Sí, el sexo siempre ha sido perfecto entre nosotros. Sexo dulce, sexo rabioso, sexo fuerte, sexo apasionado, sexo ebrio, sexo en público... tú nómbralo y nosotros lo hemos hecho. Cuando uno quiere apaciguar al otro, utiliza el sexo. Cuando uno quiere provocar al otro, utiliza el sexo. Cuando uno quiere fregarle la existencia al otro, utiliza el sexo. Cuando uno quiere congraciarse con el otro, utiliza el sexo. Entre los dos, el sexo siempre ha sido herramienta fundamental, escudo y arma, veneno y antídoto, enfermedad y cura. Si eso es bueno o malo no lo sé, solo sé que es rico.

Culpo al sexo por las noches de abstinencia culposa que tuve que pasar. Culpo al sexo por las veces en que Adam no pidió disculpas por algo que lo hubiera merecido. Culpo al sexo por mis logros y victorias inmerecidas. Culpo al sexo por las miles de discusiones sin terminar. Pero por sobre todo, culpo al sexo por los últimos cinco días, en que no he hecho más que pensar y pensar, preguntarme si es posible que mi vida esté tan llena de ironías, tan poblada de plops, en que no me he atrevido a fumar ni un cigarrillo solo por precaución, en que he ido al gimnasio con miedo a venirme en sangre, en que he calculado días una y otra vez, fechas futuras, en que he ensayado como explicárselo a mi jefa, a la gente del trabajo (ese que requiere que una sea pulcra y ejemplar), a mis viejos!

¿Será posible que esté embarazada?

Este fue el caso. Adam vino a mi casa el viernes. Conversamos, bromeamos, sonreímos, lo hicimos. Fue espontáneo, no planeado, buenísimo, y desprotegido. En algún momento le pedí que se pusiera uno, no recuerdo su respuesta ni por qué no insistí, pero sí recuerdo su broma al final:

"No importa, si sale algo lo tenemos y ya" (a considerar: esta línea califica como "broma" debido al posterior "jajaja" de Adam tras ver mi cara de descuadre).

Estando tranquila, satisfecha, sosegada, relajada, recordé el calendario. Día de ovulación. El más peligroso del mes. Y yo con las lombricitas de Adam nadándome adentro. Horror.

Han pasado cinco días desde entonces. Cinco. Debería hacerme un test, supongo. Pero he decidido esperar hasta que me venga el período. O a que no venga. Prolongar mi angustia un poquito más. Al final, la duda es mejor que la confirmación de una noticia no esperada... ¡Dios, es posible que sea tan piña?

sábado, 7 de marzo de 2009

Lluvia en mi desfile

Estoy en piloto automático. Funcionando pero sin ir a ningún lado. Es curioso cómo cuando una se propone seguir adelante, viene siempre algo que te hace retroceder. Los caminos son tan difíciles de andar cuando también deben ser trazados a la vez. Es como si el universo confabulara en mi contra, como si tratara de hacerme ver algo, pero no sé qué. ¿En qué torcido mundo puede suceder que una chica sale de una relación tormentosa para conocer a otra tormenta de persona? Sólo en el mío.

Ok, Bruce ha salido de escena. Si bien siempre he apreciado la sinceridad en los hombres, a este wey se le fue la mano hasta el codo. No sería inteligente saltar de la sartén al fuego, como me dijeron por ahí. Mary Jane, debí sospecharlo, nadie es tan relajado solo porque sí. Como por arte de magia se me olvidó todo lo bueno que le vi alguna vez. Si bien antes lo veía como el chico más "cool" del mundo, ahora lo veo como un pastrulo. Que bajón.

De pronto me vi sola de nuevo. Supongo que está bien, cualquiera diría que el universo quiere que aprenda a estar conmigo misma después de tanto tiempo. Pero no. Me mandó a Adam a tocar la puerta de mi casa.

Dijo que me quería. Que me amaba. Que ya no podía vivir sin mí y que no aguantaba esta situación. Dijo que quería llevarse bien conmigo. Y también dijo que no creía que yo ya lo hubiera olvidado. Dijo que todo a su alrededor tenía un vacío por no estar a mi lado. Que me necesitaba. Que ya no quería seguir así. Luego me robó un beso. Muy a lo Candy y Terry.

Y lo dejé. Y me sentí como en casa. Y me gustó.

La verdad, lo extraño.

domingo, 1 de marzo de 2009

Las chicas solo quieren divertirse

Conocí a Bruce anteayer en el cumpleaños de mi amiga Nessy. El obvio cruce de miradas nos forzó a sentarnos al final de la noche y conversar. Sé que había preguntado por mi nombre, sé que le gusté, sé que quizo acercarse más de una vez pero no pudo. Y lo sé porque me lo dijo. Conversamos largo y tendido, resultó ser el ejemplo perfecto de ese tipo de hombre intelectualmente estimulante que tanto me encanta. Me habló de su trabajo, de su familia, de las cosas que le gusta hacer, de su forma de pensar y su punto de vista con respecto a diversos asuntos de la sociedad actual. Boquiabierta lo escuchaba, tratanto de mantener el nivel cerebral de la situación, mientras sonreía estúpidamente a cualquier broma esporádica que hiciera a la vez que intentaba que la tenue luz de la lámpara cercana y el soplo del ventilador me dieran un aire de modelo de portada. Incluso me hizo la pregunta de plata: ¿Tienes enamorado?, a lo cual respondí: No.

En ese instante, a cientos de kilómetros en una lejana ciudad del norte, Adam se preguntaba por qué no le había devuelto la llamada.

Finalizaba ya la noche y debía volver a casa. Bruce insistió en que me quedara. La amiga que me va a llevar ya quiere irse. No importa, yo te doy un jale después, así que me quedé. Hasta las cinco de la mañana. Y solo para conversar más y más con Bruce. Y de vez en cuando socializar con el resto para evitar futuras prontas jodas que nos cagaran la noche y nos subieran la sangre al rostro. Era un chico interesante, intrigante, lleno de opiniones e historias, además era guapo. Llegada la hora de despedirnos, me pidió mi número y yo le pedí su nombre completo para poder guardar el suyo en la agenda de mi celular. Era un apellido italiano. Mi viejo apellido galés dio un suspiro ante el pais con forma de patada. Entonces recordé haber conocido a alguien con ese apellido anteriormente. No puede ser, argumentó, mi familia es la única en esta zona con ese apellido. Insistí, así que vino la apuesta: averigua bien el nombre de tu amiga, si tú ganas, yo pago el cevichito mañana, y si gano yo, tú lo pagas. Ahora vamos a almorzar juntos, pensé. Con gusto acepté la apuesta.

Y con gusto la perdí.

Al día siguiente (entiéndase, ayer) fue a verme temprano. A pesar de ser yo quien debía pagar, él se encargó de todo. Muy caballero de su parte, pensé. Y muy listo también, pues el posterior "tú invitas la próxima vez" dejó abierto el camino para una segunda cita. Pasamos una tarde agradable, relajada, conversando esta vez de temas más personales, ex enamorados, ex enamoradas, costumbres sentimentales, actitudes emocionales ante los problemas del corazón, pasados tormentosos, amigos en común. Luego vino la pregunta de oro: ¿Y qué pasó con tu enamorado anterior? A grandes rasgos e intentando no dar más información de la necesaria, resumí que él me había fallado, se había roto la confianza, y por más que intentamos ya no habíamos podido recuperar lo que alguna vez tuvimos y optamos por ya no intentar más. Y finalmente, la pregunta de diamante: ¿Cuánto tiempo estuvieron juntos? La respuesta lo intimidó. Ya tocaba cambio de tema.

Estuvimos en el restaurante hasta bien entrada la tarde. El clic fue obvio para ambos, pero había que regresar a casa y guardar las apariencias para que no se pierda el interés (esos dating games en los cuales estoy desactualizada). Te llamo, me llamas. Corrí al teléfono a llamar a Nessy. Es obvio que le gustas, me dijo. Y si llegas a algo con él, te ganaste porque es un chico A1. Es un caballero, es recontra maduro, es un chico bien serio. Me alegra bastante por ustedes, déjame ver qué puedo averiguar.

Luego llamé a otra amiga, Tay. Bien por ti, me dijo, que bueno que estés dejando atrás todo el drama con Adam.

Y recordé a Adam. Sé que se molestará cuando se entere que salí con Bruce. Sé que me lo reclamará. Sé que se sentirá traicionado, ofendido, etc. Sé que pensará que yo le debía cierta lealtad, al menos por un periodo de gracia más extenso. Me pasé todo el día pensando en él, sintiendo que le debía algo, pesándome la conciencia y lamentándome por haber dado ese gran paso para voltear la página y dejar 10 años de relación atrás. Además (esta es la parte en la que me pongo cursi), habiendo estado tan cerca a nuestra meta de formar un hogar, faltando tan poco, habiendo estado juntos por 10 años... de pronto, adios a todo. Adios a nuestros sueños, adios a nuestro amor, adios a todo lo que construimos. De pronto toda mi emoción se convirtió en un "hasta las huevas".

La llamada de Bruce en la noche me hizo sentir un poco mejor.