El día anterior, entiéndase lunes, Adam estuvo en mi casa solo de pasada. Se tenía que ir a ver a una compañera de trabajo para finiquitar no sé qué pendientes que tenían. ¿Sospechoso? En realidad no, la compañera es una señora casada, con hijo y todo, la conozco, me conoce, vive a cinco casas de mi casa, no hay problema por ahí... en fin, aclarando. Hizo una broma estúpida: por si acaso mañana no me regales nada, no espero ningún regalo (algo así como "si me regalas algo no esperes que te dé un regalo también porque no tengo plata")... ja-ja, je-je... se lo dejé pasar y luego se fue. Cuando dieron las 12, asumí que Adam estaría aún con su colega, así que le mandé un mensaje de texto super amoroso y alusivo a nuestra celebración, esperando que le entraran ganas de llamarme, o mejor aún, salirse de donde estaba para venir a verme y darme el gran beso anhelado. Así lo hizo, a los diez minutos alguien tocó a la puerta y era él, con cara de felicidad y ojos con forma de corazón. Hasta ahí, todo perfecto.
El día martes, terminada mi jornada laboral a eso de las cinco de la tarde, pude al fin coger el celular para llamar a Adam como había estado queriendo hacerlo todo el día. Oh sorpresa! me había dejado un mensaje en mi buzón de voz: te extraño, te amo, soy feliz contigo, he sido feliz estos nueve años, me muero por verte, y muchos más cariñosos etcéteras. Hasta ahí, todo excelente.
Le devolví la llamada, le dije que había oido su mensaje, le dije que lo amaba y de nuevo me dijo que me extrañaba, que ya quería salir del trabajo para verme, que me amaba también, y que en la noche saldríamos y haríamos algo especial. Hasta ahí, todo regio.
Me llamó a las seis y algo de la tarde. Están dando tales y tales películas en el cine, me dijo, cuál quieres ir a ver?... Quiere ir al cine en nuestro aniversario, pensé. Pero si al cine vamos todo el tiempo, es decir, no necesitamos un día especial para ir al cine, podemos ir cualquier día, en fin, tal vez tiene algo planeado. Veamos tal película, me han dicho que es buena, dije. Ok, respondió, me salgo antes del trabajo para poder ir a cenar algo antes. Cena? pensé... ahí está lo especial. Hasta ahí, todo bien.
Llegó a casa media hora antes de que empiece la película. Ni modo, vayamos directamente al cine, ya no hay tiempo de ir a cenar. Subimos al auto y le di ese regalo que había envuelto en papel de rosas con tanto cariño, ese mismo cariño que todas las mujeres le ponemos a todo cuando estamos enamoradas hasta los huesos. El me regaló... nada. Dijo (dijo...) que él también tenía planeado regalarme "algo" (no dijo qué... obvio), pero había hecho el pedido a no sé dónde y aún no llegaba. Llega en un par de días, ni bien lo reciba te lo doy, dijo. Hasta ahí, todo ok.
Llegamos al cine. La cena romántica que yo esperaba se redujo a un pote de popcorn, gaseosas y un hot dog. La película fue un bodrio de aburrida. Yo la había escogido porque ME FASCINAN las historias de terror, pero esta no solo no daba miedo, sino que era estúpida, y terriblemente mal hecha. Por si fuera poco, parecía que todos los bullosos se habían puesto de acuerdo para sentarse a nuestro alrededor. Contrario a cómo la estaba pasando yo, Adam parecía estar disfrutando del mejor momento de su vida. Ofreció irnos, con cara de por favor quedémonos, así que ahí permanecimos hasta que la tortura fílmica acabó (debo aceptar que yo también quería saber quién moría al final, con suerte la protagonista, por idiota). Hasta ahí, todo empezaba a ponerse verde.
Salimos del cine. Yo ya estaba con cara de pocos amigos. Me repetía una y otra vez que me amaba. La verdad yo ya estaba cansada de oirlo y ya no tenía ganas ni de decir "yo también", tomando en cuenta la noche hasta las patas que estábamos pasando... corrección: que YO estaba pasando. Adam tuvo la "brillante idea" de que fuéramos por un helado A LA HELADERÍA A LA QUE VAMOS SIEMPRE!!! Hasta ese entonces nada especial había pasado. No recuerdo qué pedí en la heladería, pero sí recuerdo que apenas lo toqué. Adam notó mi malhumor y preguntó qué pasaba, dije que nada, lo cual no evitó que la expresión en su rostro se pusiera también gris. A esas alturas tenía ganas de irme a casa. Me consolaba pensando que tal vez todo era un truco, una trampa, pasarla comúnmente horrible para luego darme una gran sorpresa o qué se yo. Subimos al auto, recuerdo haberlo visto buscando algo en la guantera, mi corazón latió por un segundo, pero nada, lo que buscaba era la carcaza del equipo de sonido. Hasta ahí, todo pesado.
De regreso a casa los ánimos ya estaban algo caldeados. Adam quizo hacer un tour por los lugares donde solíamos pasear cuando recién eramos una parejita más en la universidad, pero yo ya no quería nada más que el día termine. Se estacionó frente a mi casa, discutimos en el auto, me dijo que nada me parecía bien, que no me contentaba con nada, yo trataba desesperadamente de hacerle ver que no sentía que se había esforzado ese día, le recordé las miles de veces que yo había puesto todo para hacerlo sentir especial en distintas ocasiones, le recordé cómo ignoró mi cumpleaños, cómo para San Valentín había usado la misma excusa al no tener ningún regalo preparado para mí (curioso que ese regalo tampoco llega hasta ahora), me llamó materialista, le dije que no era por el regalo sino por el detalle, no me entendió. Finalizado el día ahí, todo cagao.
Al día siguiente peleamos de nuevo, o mejor dicho, continuamos la pelea. Si ya no peleamos al tercer día fue más por cansancio que por otra cosa. Nunca logré que entendiera mi descontento, y nunca entendí su frustración. Nunca recibí una docena de rosas de sorpresa en el trabajo por nuestros nueve años juntos, como sí recibió una amiga el día que cumplió tres meses con su novio, o como otra amiga ayer en su cumpleaños. Nunca tuvimos una cena romántica a la luz de las velas. Nunca nos embriagamos con vino y amor desnudos en una cama. Nunca recibí el regalo que según él había demorado en llegar (y que al parecer no llega hasta ahora). Nunca caminamos juntos de la mano, recordando tiempos pasados y soñando con tiempos futuros. Nunca nos dimos un beso de despedida ni sonreímos juntos por una día perfecto. Nunca olí en su cuello el perfume que le regalé.
Y lo que es peor, nunca me pidió matrimonio. Tonta yo, por esperar secretamente eso.