martes, 27 de noviembre de 2007

Celos


Me llega ser celosa. Es lo que más detesto de mí. Detesto que los celos me carcoman las entrañas como gusanos embutidos un un cadáver. Wow. Así de feos son los celos.

Adam tiene hi5. Sí, el bendito hi5. Adam tiene a muchas chicas en su hi5. Y nunca me quiere decir quiénes son. Las veces en que forzadamente lo ha hecho (digo forzadamente haciendo alusión al pleito mensual que comienza conmigo preguntándole por algún nuevo contacto) me sale diciendo que son amigas de su hermano, amigas de sus amigos, compañeras de trabajo, primas lejanas, etc. A mí todas me llegan. Todas.

Hoy vi el hi5 de Adam. Por curiosidad, masoquismo, ganas de hacer hígado un rato, qué sé yo. Vi tres nuevos contactos. Los celos empezaron. ¿Quiénes son? ¿De dónde salieron? ¿Cómo lo conocen? ¿Quién agregó a quién?... quién... agregó... a quién...

Cada vez que entro en un estado de inexplicable pánico caigo en acciones de lo más vergonzosas y deplorables. Usualmente todo empieza con una pregunta: ¿Quién es esta chica?

Les relato lo sucedido: Estábamos en el comedor de mi casa, viendo videos en YouTube (CualCerdo, altamente recomendados). Adam se fue al baño, y Lil'CuriousLo entró a hi5. Cuando regresó y vio que estaba chequeando su lista de contactos no se quedó en el comedor a ver conmigo el video que supuestamente íbamos a ver... noooooooooo... fugó hasta la sala. No quería decirme quienes eran, aunque a la larga y según su propia versión, no eran nadie relevante... pero entonces por qué no me quería decir QUIEN THE FUCK ERAN???

Me gustaría ser más "como las huevas". Decir "como las huevas" a todo. Adam tiene amigas putas... como las huevas. Adam no quiere responder... como las huevas. Adam está molesto... como las huevas. Adam se fue de la casa... como las huevas.

Tengo celos... como las huevas.

lunes, 26 de noviembre de 2007

La suegra...

Yo quiero a mi suegra. En serio, la quiero. Y nada de "la quiero ver muerta" o "la quiero lejos". En verdad la respeto. Es la mamá de Adam. Lo ama, lógicamente, quiere lo mejor para él. Pero me lleva el diablo cuando cuestiona si lo mejor para él soy yo.

Durante los más de ocho años que llevo junto a Adam, nunca he tenido mayor contacto con ella, salvo un hola y chau ocasional. Sí, sí... en algún momento nos hemos sentado a conversar de algo, cuestiones simples, quizás obligatorias dependiendo del momento, como en un almuerzo conversamos sobre lo buena que estaba la comida... cosas así.

La verdad, no sé qué es lo que piensa mi suegra de mí. A veces siento que me odia, otras veces siento que me tiene respeto. De lo que sí estoy segura es que soy la causa principal de sus celos de madre. Es comprensible. Beso a su hijo. Me acuesto con su hijo. Su hijo gasta tiempo, esfuerzo y dinero en mí. Su hijo centra su atención en mí. Su hijo sueña conmigo. Su hijo hace planes conmigo. Su hijo pasa días y noches enteras conmigo. Su hijo ve la perfección en mí. Para ella soy la usurpadora. Esa novela era bravota.

Hace una semana Adam se enfermó. Estuvo cuatro días en cama. Me hubiera gustado ir a verlo, pero no quería cruzarme con su mamá. Estúpido, tal vez, pero cierto. Si no fuera por los celulares y el messenger no habría sabido nada de él. Cuando se recuperó vino a verme, y lo primero que me dijo fue: En estos cuatro días no me visitaste ni una sola vez. Me lo esperaba. Y a pesar de esperármelo, no tenía a la mano la respuesta correcta, sino que solté algo que NINGUNA MUJER EN EL MUNDO debe decir a su hombre: Lo que pasa es que no quería chocarme con tu madre.

Plop!

Si ilusamente esperaba una actitud de comprensión de su parte después de oir tremenda babosada, pues tonta yo. Lo que se vino era obvio, hasta comprensible. No entiendo por qué te llevas tan mal con mi mamá, ella te quiere (sí, claro), ella siempre me pregunta por ti, tú siempre te mantienes distante, no te entiendo, (al final vino la bomba) ES TU CULPA QUE TE LLEVES MAL CON ELLA.

...

WHAT??!

Exploté. Y de la peor manera, porque el enojo me duró hasta el día de ayer. Ahora dice que en realidad no piensa así. No es mi culpa, sino suya, dice. El debió hacerme ver desde un principio que su mamá no tiene nada en mi contra. Llamó a todo un "desafortunado malentendido", y prometió arreglarlo. Dijo haber conversado con su mamá, indagado, y haber descubierto que en realidad ella me aprecia. Dijo.

No quise refutarlo. No quise hablar mal de su mamá, mucho menos frente a él. Preferí no recordarle las miles de veces en que su mamá había hablado mal de mí a sus amigas. De las veces en que había sido grosera conmigo. De las veces en que me había criticado. De cuando dejaba esperando en el jardín por él, de cuando no me lo pasaba al teléfono. Preferí hacer la vista gorda una vez más y repetirme a mí misma: Tu novio es él, no su mamá.

Después de todo, madre hay una sola, pero novias pueden haber miles. Salao.

domingo, 25 de noviembre de 2007

Un poco de historia antigua...


Siempre he sido una chica insegura. Por lo tanto, siempre me he apoyado en novios para subir mi autoestima. Esto ha provocado que, a lo largo de mi corta existencia de 25 años, haya sido víctima de las estupideces de cada variopinto espécimen que se cruzaba por mi camino. Suele decirse que uno escoge a sus parejas de acuerdo a la personalidad que tenga. Pues no es ese mi caso, o al menos nunca lo fue, sino hasta que conocí a Adam. Así me vi rodeada por rockeros wannabes, pseudo intelectuales, y hasta gorditos con una autoestima aún más baja que la mía. Sin duda hubo alguno que se llevó el premio al más idiota, pero en su conjunto y para efectos de memoria, todos lo fueron. No puedo negar que, a pesar de todo, agradezco sus retumbantes pasos por mi vida, de todo se aprende dicen.

Todo comenzó, o mejor dicho, todo terminó el día en que ingresé a la Universidad. Llegué sola a clase, no conocía a nadie, rogaba en el fondo encontrarme con alguno de los de la pre. Ese primer día no lo vi, o mejor dicho, pasó desapercibido. Recién ahora comprendo que el look de cabeza rapada que todos tenían fue en parte razón de ello. Quizás también influenció el hecho de que ese día yo tenía el corazón roto.

Si bien estuve rodeada por idiotas a lo largo de toda la secundaria, hubo uno cuya idiotez resultó tan contagiosa que me volvió ciega, sorda y muda ante tanta tara. Se había marchado ese verano a estudiar a Lima, yo lo había esperado como Magdalena, pero... pueblo chico, infierno grande, no estando él presente, los comentarios mil habían llegado a mis oídos y sólo había un calificativo que me quedara a pelo: CACHUDA. La verdad se había vuelto tan obvia que era imposible no dejarse arrastrar por ella.

El día que decidí terminar con él fue el más fácil de mi vida. El día siguiente fue el que jodió. No me buscó, no me llamó, no me pidió disculpas. Me mandó una carta con uno de sus amigos la cual nunca quise leer, y recién hoy, casi 10 años después, me pica la curiosidad por saber que pudo haber escrito.

En fin, ese primer día de clase no tenía ojos para nada ni nadie, llegué decidida a olvidarme de los hombres (ja!) y dedicarme a estudiar, poniendo en práctica los resobados consejos de mi madre que me decía que debía enamorarme del estudio. Para mi suerte, me encontré con muchos conocidos en la facultad, y la andanza de ese primer día se volvió menos solitaria. No faltaron las típicas preguntas: ¿Qué es de X? ¿ya no están, no? No, ya no estamos. Ya no estamos ni estaremos. Le aguanté muchas por no tener nada más que hacer.

Más tarde en el comedor me encontré con una amiga. Ella también acababa de terminar con su enamorado. Yo creo que al chico con quien me case lo conoceré aquí, dijo, en la universidad. Me consolé dándole vueltas a esa frase en mi cabeza por el resto del día.

La verdad no recuerdo cómo conocí a Adam. Creo que alguien nos presentó. Recuerdo tener una imagen muy tierna de él, parecía un niño. Recuerdo que me acompañaba hasta mi casa, a pesar de que la suya quedaba en el sentido opuesto. Recuerdo haberle dicho a la más chismosa del salón que él me gustaba, esperando que se enterara, como para ver que hacía. Horror, no hizo nada. Como quien dice: se ahuevó. Le dejé una nota en su cuaderno, pidiéndole que no se sintiera mal, que no quería que nada cambiara entre nosotros. Me devolvió la nota con la siguiente frase: Al terminar la clase hablamos. Pasé los siguientes treinta minutos con el corazón en la boca y mirando el reloj. ¿De qué quería que hablemos? ¿Será posible que...?
Al terminar la clase me besó.