Ahora el hecho de que Adam no vaya a estar en un lugar X no es suficiente para que no salga bien maquillada, vestida, perfumada y atractiva a la vista. Sí, sí... también lo hago por mi misma, pero ¡venga mujeres! sabemos bien que un ego bien alimentado es lo mejor para el autoestima. Ahora me complace ver que alguien me ha notado y me está mirando más de lo normal. Tampoco es que le dé pie a algo más, pero me gusta ese juego del "mírame que te estoy mirando" y reirme con mis amigas del hecho. Ahora me doy el gusto de escuchar las tímidas indirectas de algún prospecto a admirador que se atrevió a acercarse, y mirar placenteramente su cara de decepción al decirle: Sorry, pero estoy con alguien. No me culpen, soy mujer.
Ayer fui al gimnasio con Polly, una compañera del trabajo. Polly y yo siempre nos hemos llevado bien y nuestras conversaciones son usualmente amenas. En algún momento hemos llegado a puntos confidenciales, aprovechando la cómoda situación de poder contarnos todo la una a la otra con la seguridad de que no le contará nada a nadie por lo poco que nos importa los asuntos de la otra en el fondo, intercalado con el afán de conversar con alguien que te cae bien y cuya compañía te parece agradable. Esta simpática pseudo amistad empezó el año pasado, cuando Polly se inscribió en una clase de spinning al gimnasio al que yo voy, y resultó ser mi clase. En fin, ayer fuimos al spinning juntas.
Sentada yo en una bicicleta, contando los minutos hasta terminar mi calentamiento, escuché a Polly a mi costado diciendo: Lo, hay un chico buenazo sentado detrás de ti. Miré hacia adelante y pude ver su reflejo a través del espejo del salón. Era un bellísimo espécimen de unos veintipocos. Efectivamente, era un Adonis. Y se había sentado en la bicicleta de atrás. Por alguna estúpida razón, me empecé a sentir nerviosa. Más autoconciente de lo normal. Y de nuevo Polly: Qué roche Lo, cuando empiece la clase él va a tener todo tu trasero en su cara. No importa, tengo un lindo trasero, respondí, sorprendiéndome a mi misma con mi súbita manera de consolarme ante lo inevitable. Recuerdo cuando inicié mi entrenamiento y escogí ese horario porque todas las que asistían eran mujeres y no quería que ningún hombre me viera horrible y sudorosa. Y ahora tenía al chico nuevo, guapísimo, y sentado justo detrás de mi. Genial.
Empezó la clase. Tal vez se canse y se vaya antes de que termine la hora, pensé, después de todo es nuevo. Pero resultó ser bastante atlético y aguantó bien el ritmo de entrenamiento. Te está mirando, escuché decir a Polly, quien me sonreía como quien espera que su amiga aproveche la oportunidad en su nombre. Y yo solo le pedía a mis glándulas sudoríparas que solo por esta vez dejaran de funcionar. Seguí pedaleando. No podía mirar al espejo. Generalmente me miro pedalear durante clase, pero esta vez intenté mantener los ojos en el piso. Cruzamos miradas cuando dejé de intentar, y él sonrió. Me sentí como una chiquilla de secundaria.
Terminada la clase, Polly se acercó. Si te viera Adam se muere, me dijo burlonamente. Y con eso me trajo de un jalón al planeta. Sintiéndome un poquito cochina y pecaminosa por mi inocente flirteo, no pude evitar pensar que tal vez Adam hace lo mismo. Y me molestó. Tal vez Adam coquetea con alguien de su trabajo, o de algún otro ambiente que frecuenta, tal vez es él quien le sonríe inocentemente a alguien más a través de un espejo, tal vez también se siente autoconciente y nervioso cuando un atractivo ejemplar del sexo opuesto se le sienta cerca. En realidad estaba molesta conmigo misma. Por tonta, por desubicada, por simplona.
Polly interrumpió mis cavilaciones con un "ahí viene". Adonis se estaba acercando, alto, firme, echándose el agua de su botella en su cabello alborotado, secándose con una toalla y luciendo increíble. Pero ya no me importaba, no quería que Adam coqueteara con otras chicas, y yo no quería coquetear con nadie más. Sentía que el karma me la iba a devolver como ya lo he hecho en otras ocasiones. Soy celosa, sí, lo estoy descubriendo, y quiero ser solo yo quien acelera las hormonas de Adam. Lo justo entonces es que solo sea él quien acelere las mías.
Vi llegar a Adonis adonde estábamos mi boquiabierta amiga Polly y yo. Lo miré con la indiferencia de una chica que está satisfecha con su relación y no necesita nada más. Perdón señora, dijo, haciendo ademanes para intentar pasar entre las bicicletas y yo. Mis horrorizados 27 años respondieron: Sí, pase.