lunes, 22 de diciembre de 2008

Ni un día sin sexo

El sexo entre Adam y yo siempre ha sido perfecto. Es algo que ha trascendido más allá de cualquier problema o situación que hayamos enfrentado juntos. Aún en los momentos más perros de nuestra relación, siempre hemos podido contar con una buena sesión de sexo. Sexo rabioso, sexo tierno, sexo travieso, sexo a escondidas... en ya casi diez años lo hemos probado de todo tipo. Y lo hemos saboreado con el ardor de aquellos que lo prueban por primera vez, y la solemnidad de los más experimentados catadores de piel. En algún momento hemos llegado a temer que sea lo único que nos una... ¡qué mierda! bienvenido sea.

Ya he escrito sobre esto anteriormente, estoy segura. Y es que el sexo para mí es simplemente sublime. Es estar solos, acercarnos, cerrar los ojos, sentir los temblores de ese primer dudoso beso, que no sabe por donde circular. Es la primera mano subiendo por debajo de la ropa, sintiendo el primer trozo de piel esperando ser descubierta por completo. Es desnudarse el cuerpo y mostrar el alma, entre perfección y provocación, sentirse el ser más deseable del planeta. Es un beso apasionado que se extiende cada vez más hacia abajo, es desear que no se detenga. Es un abrazo interminable, piernas entrelazadas, palabras, te amo, eres mía, bésame una vez más. Es caricias, es deseo, es un latido que invade las entrañas, un calor que recorre el vientre por dentro, es humedad, es sudor, es un aguante increíble. Es recibirlo dentro de mí, que me invada con su cuerpo, disfrutarlo, dejar que me disfrute. Es sentirse dominada, indefensa, sin otra salida más que permitir ser arrollada por placer y más placer. Es un cuerpo pegado a otro, moviéndose acompasados, buscando no soltarse, aferrados entre sí. Es una explosión, apretar los ojos, quedarse sin aliento, desplomarse en la cama sin poder respirar... Es un abrazo tierno, ojos entrecerrados, labios rozándose y murmurando un te amo una vez más.

Fue un buen fin de semana, y hoy me siento bien.

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