lunes, 14 de enero de 2008

Sexo

No soy ninfómana (ya quisiera Adam) pero soy mujer, y con la vulva bien puesta (que sería el equivalente al masculino "con las bolas bien puestas). Me gusta el sexo como a todas, y la que diga que no es porque tiene prohibido admitirlo. No sé si fue por la cultura de represión a la que fui sometida durante años en el colegio de monjas dominicas, pero fue recién en la universidad cuando desperté, sexualmente hablando. Hasta antes de eso, un beso apasionado no iba más allá de lenguas cimbreantes y alguna mano tímida y traviesa. Después de conocer a Adam, todo beso apasionado significaba: sexo.

Adam es un gran amante. Y no lo digo porque lo amo, ni porque fue el primero y el único, ni ninguna de esas insulsas excusas emocionales. Adam es un donador de sí mismo, apasionado y romántico al mismo tiempo, jadeante y contemplativo, saboreador de cada momento, cada segundo, cada trozo de piel, dispuesto a experimentar, a innovar, a preguntar qué se me antoja, a encontrar esa combinación perfecta entre deseo y posesión, a hacer aflorar en mí a la puta más desinhibida, de la mano con la mujer más entregada. Wow...

Recuerdo nuestra torpe primera vez, en la casa de sus viejos, en el cuarto de sus viejos, en la cama de sus viejos (sus viejos no estaban). Recuerdo que estaba lloviendo y todo paso muy rápido... Momento. Que no se malentienda eso. A lo que me refiero es que en un momento estábamos viendo tele (ja!) y al rato ya nos estábamos besando y sacando la ropa.

Siempre imaginé que mi primera vez sería dulce y tierna, en una cama llena de flores blancas, en una habitación con un balcón que diera hacia el mar, bajo la tenua luz de la luna llena a través de cortinas blancas semitransparentes, todo empezaría con un suave abrazo en el "antes" y concluiría con uno igual en el "después". Nunca me imaginé el doloroso "durante".

El primer gemido no fue de placer. Tampoco lo fue el primer grito. Recordé las clases de educación sexual en el colegio, cuando nos habían hablado del himen... maldito himen. Por un momento quise echarlo todo al tacho y resignarme a morir semi-virgen y vivir así por el resto de mi vida, me preguntaba a mí misma como la naturaleza podía haber sido tan cruel con nosotras!!! Recordé pasajes de la Biblia en donde castigaban a Eva a parir con dolor a sus hijos por el asunto ese de la manzanita... no habrá sido que el himen, junto con los dolores menstruales y el dolor de senos cuando empiezan a crecer a los 10 años, también eran parte del castigo Y SE LES OLVIDÓ MENCIONARLO???

Estaba en mis más profundas cavilaciones escolares de inocentona dominica, cuando de pronto Adam, literalmente, me violó. Es una forma de decir que tomó acción antes de verme 100% arrepentida. Fue un dolor rápido, un sólo grito, una pequeña reputeada, y luego concentrarme en que cada movimiento no me causara dolor de nuevo. Así fue nuestra torpe primera vez.

Con el paso de los años, ya casi nueve, Adam y yo hemos llegado a sincronizarnos más perfectivamente en la cama. Ya sabemos que significa cada gemido, cada mirada, cada gesto, cada vuelta, cuando uno hace algo, el otro ya sabe qué le toca hacer. En algún momento se nos dio por leer el Kamasutra. Si bien algunos aportes de dicho librito fueron altamente agradecidos y útiles, otros con sus contorsiones se acercaban más al Cirque du Soleil que a una buena sesión de apretujones.

Ahora recordamos con nostalgia los tiempos de las cuatro o cinco veces por noche, y, agotados, nos contentamos con una o dos. No me quejo, tal vez lo haría si no nos hubiéramos vuelto tan meticulosos en el acto en sí. Pero debo admitir que a veces, sólo a veces, extraño las tres de la mañana en medio de sábanas húmedas y energías para rato. Sólo a veces.

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