Como algunos ya han de saber, soy de Piura. Así es, Piura, la tierra del chifle y el tondero, del ceviche bien hecho y del famoso "gua", bellas playas, buen clima, gente amable. Yo la llamo Piuradise. El fin de semana pasado decidí abandonar mi tierra, abandonar a Adam, y explorar Lima en compañía de una de mis primas favoritas, residente allá. La experiencia fue... interesante.
Para empezar, a Adam no le incomodaba mucho la idea de no verme por cinco días. Sí, decía que me extrañaría, pero tampoco se cortaría las venas por mi ausencia. Me acompañó a la estación, me dio un beso de despedida, me pidió que me cuide, y su última frase fue un medio en broma, medio en serio, "Pórtate bien, carajo." Mi sonrisa estúpida ante repentina frase fue lo último que él vio asomarse por la ventana del bus. El viaje no estuvo tan mal, recibí un par de llamadas de Adam, las cuales me hicieron sentir un tanto acompañada ya que usualmente no viajo sola. Y mientras estuve allá hablamos por teléfono constantemente, la comunicación no fue un problema.
Al volver a Piura, Adam fue con mi mamá a recogerme a la estación. Se le veía emocionado, ansioso... realmente me había extrañado. Había probado un poco de su propia medicina, ya que usualmente es él quien viaja y me deja abandonada. Aparentemente, no es lo mismo para quien se va que para quien se queda.
Quien se va se somete a un lugar nuevo con experiencias nuevas que le ayudan a distraerse de lo que dejó. Quien se queda está con toda la concha del mundo encima porque todo sigue igual a su alrededor, salvo la presencia del ausente. Quien se va tiene la situación en sus manos, sabe cuando volverá, sabe cómo volverá, todo depende de sus decisiones. Quien se queda es como la tipa del Muelle de San Blas... esperando a que se acuerden de ella. Quien se va lo hizo porque tuvo una razón para hacerlo: chamba, vacaciones, visitas, etc. Quien se queda no tuvo más opción que aceptar la razón para la partida de quien se fue.
Extrañé Piura, pero sobre todo extrañé a Adam. Y el me extrañó a mí, lo dejó muy claro, sobre todo con el anuncio que hizo y del cual escribí en la entrada anterior.
Tal vez deba viajar más seguido.
Para empezar, a Adam no le incomodaba mucho la idea de no verme por cinco días. Sí, decía que me extrañaría, pero tampoco se cortaría las venas por mi ausencia. Me acompañó a la estación, me dio un beso de despedida, me pidió que me cuide, y su última frase fue un medio en broma, medio en serio, "Pórtate bien, carajo." Mi sonrisa estúpida ante repentina frase fue lo último que él vio asomarse por la ventana del bus. El viaje no estuvo tan mal, recibí un par de llamadas de Adam, las cuales me hicieron sentir un tanto acompañada ya que usualmente no viajo sola. Y mientras estuve allá hablamos por teléfono constantemente, la comunicación no fue un problema.
Al volver a Piura, Adam fue con mi mamá a recogerme a la estación. Se le veía emocionado, ansioso... realmente me había extrañado. Había probado un poco de su propia medicina, ya que usualmente es él quien viaja y me deja abandonada. Aparentemente, no es lo mismo para quien se va que para quien se queda.
Quien se va se somete a un lugar nuevo con experiencias nuevas que le ayudan a distraerse de lo que dejó. Quien se queda está con toda la concha del mundo encima porque todo sigue igual a su alrededor, salvo la presencia del ausente. Quien se va tiene la situación en sus manos, sabe cuando volverá, sabe cómo volverá, todo depende de sus decisiones. Quien se queda es como la tipa del Muelle de San Blas... esperando a que se acuerden de ella. Quien se va lo hizo porque tuvo una razón para hacerlo: chamba, vacaciones, visitas, etc. Quien se queda no tuvo más opción que aceptar la razón para la partida de quien se fue.
Extrañé Piura, pero sobre todo extrañé a Adam. Y el me extrañó a mí, lo dejó muy claro, sobre todo con el anuncio que hizo y del cual escribí en la entrada anterior.
Tal vez deba viajar más seguido.