Cuando una está enamorada, es difícil decir que no. Las mujeres somos emocionalmente incapaces de negarle algo a ese ser que nos vuelve tan deliciosamente inestables. Esto que les explico es la causa del 90% de casos de embarazos prematuros, mujeres golpeadas, corazones rotos y amas de casa desesperadas alrededor del mundo. La verdad es cruel, pero ahí está, burlándose en nuestras caras por lo débiles que el corazón nos vuelve: no sabemos decir que no. Pero ayer aprendí.
Estrenando chamba nueva este año, me he visto ya los dos meses anteriores haciendo malabares tormentosos para que mi nuevo y ajetreado horario no afecte los preciosos instantes al lado de Adam. Hasta inicios de marzo el equilibrio se mantenía, claro, yo terminaba más cansada que una mula en mi intento de convertir un día de veinticuatro horas en uno de dieciocho para poder pasar seis descansando y pasando tiempo con mi querido "mueve piso", pero al menos Adam estaba contento y ni percibía mi nueva realidad.
Un día tuve la maravillosa idea de tomar una de esas seis horitas para meterme a una clase de spinning. Una. Solo una. No más. Tan solo una miserable hora para retomar lo que, por cuestiones de ajuste había dejado de lado. Lógicamente que después del spinning necesitaría bañarme y vestirme... una hora más. Y después querría comer algo rico y bajo en calorías... otra hora más. Bueno, tres horas de ese tiempo antes destinado a Adam. Tres miserables horitas. Lógico que al terminar el día me sentiría aún más cansada que antes, no solo intelectual sino también físicamente agotada y probablemente querría dormirme más temprano. Y Adam como buen engreído rehuyente al cambio que es puso su voz de protesta. Dijo NO. "Cuando te veo estás cansada... cuando llego aún te estás bañando... ya no tienes tiempo para mí... solo piensas en ti... etc, etc, etc..."
Yo también dije NO. Y el mío sonó más fuerte.
No. No pienso cambiar mi horario, ya lo hice bastante y ahora me siento estúpida porque te he malacostumbrado.
No. No pienso dejar el spinning, me hace sentir bien, me gusta cuidarme, y... maldita sea! en parte lo hago por ti.
No. No voy a permitir que me hagas sentir culpable por estar cansada, a veces tengo días de mier... y no por eso me vez de mal humor ni nada, simplemente cansada, soy humana!
No. No seguiré postergando nada ni apurándome, tengo cosas que hacer y debo hacerlas bien, y cuando esté ocupada lo tendrás que entender, si quieres puedes ayudarme, o si quieres puedes dejarme en paz para que termine mi trabajo rápido, dependerá de ti.
No. No voy a dejar que me llames egoísta por preocuparme por mi propia superación, lo siento querido, te amo, te adoro, pero mi mundo no gira a tu alrededor.
Y no. No me iré a la cama contigo si no me provoca (estos no tienen nada que ver, pero ya que andábamos en la onda del "No" aproveché para hacer algunas otras aclaraciones), no te diré a cuantos orgasmos llegué - dedúcelo tú solo -, no me levantaré a la cocina siempre que quieras algo, no dejaré que me levantes la voz con la excusa de que "estás molesto", no te dejaré gastar todo el saldo de mi celular, no instalaré tus estúpidos juegos en mi computadora, no te daré mi clave de nada, no aguantaré tus pedos ni tu olor de pies, no diré que tus eructos son chistosos, no te cederé el control remoto - al menos no siempre -, y con lo neanderthal que me has demostrado ser, NO, no me caso!
Victoriosa y henchida de arrogancia por mi bravura y determinación, conté mi hazaña orgullosa ante mis féminas compañeras de trabajo, quienes alabaron mi acción a pesar de lo dura que había sido, recalcando que sería la reina de la estupidez si lo llamara para disculparme por tan simple nimiedad, pues era el contenido de mis palabras a lo que él había tenido que prestar atención, y no la forma en que fueron expresadas.
Dios Salve a la Reina.